En el Oriente antioqueño, donde el golf solía ser visto como un deporte exclusivo, un grupo de excaddies ha transformado su pasión en un proyecto que rompe barreras sociales. Según dijo Yeison Miranda, uno de los fundadores del Club Amigos del Golf, todo comenzó hace más de 25 años, cuando él y sus amigos cargaban talegas para los socios del Club Llano Grande. «Empecé a los 13 años. Los lunes y martes, cuando no había socios, nos dejaban jugar con los palos que sobraban», recordó. Lo que empezó como un juego entre adolescentes se convirtió, con los años, en un movimiento que hoy reúne a más de 300 personas, entre excaddies, jóvenes y familias enteras.
La historia del Club Amigos del golf

Cuando Miranda y sus compañeros crecieron, muchos dejaron de tener acceso a los clubes tradicionales. «Al terminar la universidad, ya no podíamos jugar en Llano Grande. No éramos socios, y los costos eran altos», explicó. Fue entonces cuando comenzaron a improvisar campos en potreros, mangas y fincas como La Morelia, donde armaban hoyos provisionales con lo que tenían a mano. Esos torneos informales, organizados con palos usados y pelotas recuperadas, fueron el germen del Club Amigos del Golf.
Hoy, el campo ISAK —un espacio público en Rionegro— es su sede principal. Según Miranda, su existencia se debe al apoyo de don Jorge Rendón, un aliado clave. «Él creyó en nosotros y nos dio esta oportunidad. Ahora, niños que nunca habrían tocado un palo pueden jugar por solo 45 mil pesos al día», destacó. El modelo, alejado del elitismo tradicional, ha permitido que decenas de familias se acerquen al deporte.
Más que golf: formación en valores
Precisó que esta iniciativa no solo busca enseñar el juego, sino también crear un espacio de convivencia. «Aquí se aprende respeto, disciplina y trabajo en equipo. Los niños saben que primero están sus estudios y sus familias», afirmó Miranda. Una regla del club es clara: sin buenas notas, no hay entrenamiento.
León Darío Ovalle, profesor con cinco décadas de experiencia, ha sido testigo de esa transformación. «Muchos llegan sin saber agarrar el palo de golf, pero en meses logran cosas increíbles», dijo. Ovalle, quien también empezó como caddie, destacó casos como el de Nicolás Echavarría, golfista profesional que visita el campo ISAK cuando regresa de la PGA. «Para estos niños, ver a alguien como Nicolás, que viene de donde ellos, es una motivación enorme».

Las voces de la nueva generación
Jóvenes como Simón Betancourt, de 15 años, y Tomás Botero, de 13, encarnan el futuro del club. Betancourt contó que su interés por el golf nació tras acompañar a su tío, un excaddie, a un torneo. «Me enamoré del ambiente. Ahora entreno después del colegio y sueño con competir a nivel nacional», dijo. Para él, el deporte es una escuela de paciencia: «Un mal hoyo no define el juego. Aprendí que hay que seguir, sin rendirse».
Botero, cuyo padre trabaja en el Club Llano Grande, lleva cuatro años en la escuela. «El golf me enseñó a controlar mis emociones. Cuando fallo, respiro y pienso en el siguiente golpe», compartió. Su meta es llegar al PGA Tour, pero insiste en que lo más valioso son los valores que ha ganado: «Aquí todos se apoyan. Es como una familia».
Emiliano Agudelo, de 12 años, suma cuatro trofeos en su corta carrera. Relató que sus madrugadas comienzan a las 4:00 a. m., entre oficios domésticos y estudios, pero que el esfuerzo vale la pena. «Mi amigo Simón me ayuda a mejorar el swing. Quiero ser como él», afirmó.
Desafíos y sueños por cumplir

A pesar del éxito, el club enfrenta obstáculos. Mantener el campo ISAK requiere recursos, y Miranda espera que las administraciones locales los apoyen. «No queremos que esto desaparezca. Soñamos con más espacios públicos para el golf», señaló. Además, buscan romper estereotipos: «La gente cree que es un deporte caro, pero aquí demostramos lo contrario».
El impacto social es tangible. Padres como Natalia y Juan Fernando, cuyo hijo ingresó al club hace dos años, destacan cambios en su comportamiento. «Ahora es más responsable en el colegio y ayuda en casa sin quejarse», contó. Para Ovalle, eso es el verdadero triunfo: «No todos serán profesionales, pero saldrán como buenas personas».
Un legado que trasciende el deporte
Miranda mira al futuro con optimismo. «Ojalá, en algún tiempo, siga jugando con los amigos de toda la vida y vea a estos niños convertidos en adultos íntegros», expresó. Su historia refleja una lección mayor: el golf, más que un juego, puede ser una herramienta de inclusión.
Mientras el sol se pone sobre el campo ISAK, un grupo de niños ríe tras un hoyo fallido. Uno de ellos, de no más de 10 años, recoge su pelota y sonríe. «Mañana lo haré mejor», dice. Detrás de esa simple frase late el espíritu de un club que, sin pretenderlo, está cambiando vidas.
Fotos: Cortesía Club Amigos del Golf – Rionegro


