Juan Sebastián Gómez Martínez
Abogado Universidad Católica de Oriente
E-mail: jusegoma12@gmail.com
Se le puede quitar casi todo al ser humano, pero intentar privarlo de su dignidad, su buen nombre y su honra es francamente deleznable y en ocasiones, peligroso. Como si de un crimen se tratase, en el mundo habitan perpetradores de asesinatos morales que, a través de campañas de desprestigio, de manera ruin e infame crean realidades alternas que voz a voz, son más lacerantes y nocivas que el mismo aniquilamiento físico.
La legislación colombiana ostenta un precedente jurídico importante respecto a la protección legal del buen nombre, pero esta se encuentra en debacle en virtud de decisiones y fallos de tutela de organismos judiciales que sobreponen las más elementales prerrogativas constitucionales entregadas a los ciudadanos con la Carta Política de 1991.
Toda esta perorata con el tema porque, en el último tiempo los jueces se están inclinando más por el derecho fundamental de la libertad de expresión, por encima del buen nombre de las personas. Entonces, con este adalid, inexorablemente están naturalizando por ejemplo que Juan pueda expresarse en contra de Pedro, públicamente por redes sociales, inclusive con falacias y afectando su reputación; en este caso el Juez pondera ambos derechos fundamentales y bajo la subjetividad de los principios que rige sus ideales decide que es más importante.
Esto es grave, en la medida que son decisiones contrarias a la ley que van a permitir que cualquier iguazo difamador, actuando bajo sus intereses personales, incurra en injurias y calumnias sin mayores consecuencias para él, pero sí para quien recae, repercutiendo indirectamente en cada uno de sus entornos, familiares, personales, laborales, entre otros.
Piénsese en artimañas que le han costado a un padre años encarcelado mientras se resuelve un proceso penal por supuestos actos sexuales abusivos con su hija, que, a la postre termina con un fallo exculpante por falta de pruebas, pero que le valió a la madre de la menor que deseaba alejarlo; o también, a propósito de las precandidaturas presidenciales, el caso de campañas de desprestigio en contra de los candidatos, que con tintes politiqueros mienten a la opinión pública; o cuando el periodista con el afán de tener la primicia de la noticia presenta solo una versión de los hechos sin contrastar la información. Y así, solo por dar ejemplos, muchos casos donde se demuestra que una mala palabra o acción puede generar una bola de nueve incontrolable en la sociedad.
Pero, bueno, somos el único animal que no aprende de experiencias ajenas; todo tiene que padecerlo en carne propia, para poder asimilarlo.
Muchas veces, desconocemos que la verdadera justicia es donde se le da a cada quien lo que le corresponde, donde se respeta la génesis básica de que mi derecho llega hasta donde inicia el del otro, sin distingos de raza, cultura, condición física, económica, social, ni mucho menos, ideológica.
Sin duda, el mejor activo que tiene cada ser humano es la tranquilidad de actuar de manera leal y honesta. Ese legado es el albor de la vida, que supera con creces cualquier cifra dineraria o posesión material.