Por: Juan Andrés Valencia Arbeláez
Cae la noche del 14 de julio de 1993, y en la finca El Rodeo, ubicada en La Ceja, un hombre se encuentra recostado en una cama mientras jadea por agua y se queja por los dolores que le provoca un cáncer terminal de colon. Como no podía hablar, pide a la enfermera que lo cuida un papelito y un lápiz, y con mano temblorosa escribe: “¡Oh Jesús, pontífice divino y esposo de mi alma!, intercede por mi ahora en la época de la enfermedad que tengo, y a la hora de mi muerte”. Pocas horas después fallecería en la madrugada del 15 de julio, y su muerte inundaría los medios de la región y el país: “Murió monseñor Alfonso Uribe Jaramillo, obispo de Sonsón-Rionegro”.
Infancia y juventud
Alfonso Uribe Jaramillo nació en la vereda Pocitos, en una finca conocida como La Balza, en el municipio de Nariño, el 6 de febrero de 1914, siendo el mayor de 8 hermanos del hogar formado por dos padres campesinos. Alrededor de los 7 años de edad su familia se trasladó al municipio de La Ceja, e ingresa a una escuela regentada en su momento por los Hermanos Cristianos (hoy Institución Educativa Gregorio Gutiérrez González). “Fue allí donde se empezaron a notar las actitudes y carismas de monseñor: una persona colaborativa, alegre, disciplinada, aplicada académicamente, pero sobre todo con interés por la vida espiritual” según la religiosa San Enrique (QEPD.), hermana de Uribe Jaramillo.
Seminarista
En 1928 ingresó al Seminario Mayor de Medellín, en un primer momento financiado por su familia, pero al poco tiempo hubo de conseguir una beca para poder proseguir con sus estudios, la cual le fue otorgada por el mismo seminario con la condición de reintegrar el dinero una vez ya ejerciese funciones como sacerdote. Como seminarista se desempeñó como enfermero, y Prefecto de la Niñez. Una vez culminado su ciclo filosófico, es enviado a cursar la teología a Canadá, donde experimenta una situación determinante, que se convertiría en su propósito de vida a posteriori: “en la universidad en que estudiaba conoció a un muchacho que también deseaba convertirse en sacerdote, pero este no era admitido en ningún seminario por cuestiones de edad. Él al identificar que había muchas personas que no discernían tempranamente su vocación, o el Señor las llamaba a una edad adulta, se sintió interpelado a hacer algo para que esas vocaciones no se perdieran”, narra el padre Darío Castrillón, estrecho colaborador de monseñor Alfonso Uribe.
Sacerdocio
El primero de noviembre de 1937 fue ordenado sacerdote y sus primeras labores estuvieron ligadas a trabajos administrativos dentro de la curia arquidiocesana, hasta que en 1945 es nombrado rector del Seminario Mayor de Medellín, situación que aprovechó para reunir a un grupo de 7 profesionales con inquietud vocacional en una especie de seminario para ellos, dando como fruto la ordenación de una primera promoción de sacerdotes llamados de «vocaciones tardías». Ejemplo que serviría para replicar tiempo después de manera más grande.
En 1954 fue nombrado párroco en Sonsón, dónde adelantó varias campañas con los pobres. Fundó el Hato del Niño Pobre, encargada de ayudar en la alimentación de los niños pobres menores de 5 años que era probable sufriesen de desnutrición, y el Barrio Pio XII para familias de escasos recursos.
En 1957 se creó la Diócesis de Sonsón, quedando Alfonso Uribe incardinado en la nueva jurisdicción eclesiástica. Se nombra como primer obispo a Alberto Uribe Urdaneta, quien al poco tiempo después de tomar posesión del cargo, lo nombró Vicario General de la Diócesis. Aprovechando este puesto de cercanía al obispo, lo logra convencer de la importancia de fundar un seminario para vocaciones tardías, idea que se concreta en 1959 con la fundación del Seminario Nacional Cristo Sacerdote, del que fungió como primer rector.
Episcopado
Durante sus 30 años como obispo demostró el talente de un líder emprendedor, pro activo, cercano, pero especialmente con amor por el territorio y visón de futuro para el mismo. Ejemplo de esto son las distintas obras que impulsó durante su gobierno, como la Universidad Católica de Oriente, los seminarios de Nuestra Señora en Marinilla, Misioneros del Espíritu Santo, y la Asociación Sacerdotal San Pablo.
En cuanto a movimientos sociales, fomentó e incentivó a sus sacerdotes el crear cooperativas financieras en los municipios, así como emisoras comunales. “Monseñor pedía que cada parroquia tuviera su emisora comunitaria, para poder informar y formar a las personas; de ahí que la región sea una de las que más radios de esta índole tiene”, afirma Darío Castrillón. Frente a la violencia, apoyó a los distintos sacerdotes que se acercaban a los diferentes grupos armados para dialogar sobre la humanización del conflicto, como el no atacar a civiles. Ese era el reto más grande “él decía que para revindicar los derechos sociales no se podía acudir a la violencia, porque esta misma vulneraba esos derechos sociales”, menciona el sacerdote Castrillón. Igualmente apalancó la creación de Cornare, y motivó a los padres César Cardona, Óscar Ángel Bernal y Francisco Ocampo para efectuar el traslado de El Peñol ante la inundación del embalse, y evitar que este pueblo desapareciera.
Legado
Además de las obras que se conservan de su gestión, y aquellas que se han hecho en su honor, como colegios o monumentos, su principal legado es el de una persona con compromiso social, que amó tanto al Oriente Antioqueño, que hizo todo lo posible por verlo prosperar, sin buscar nunca aplausos o galardones de ningún tipo. Actualmente se ha iniciado el culto privado, primer paso para ser canonizado oficialmente por la iglesia, y gozar del título de santo.