Por: Alejandro Ramírez
E-mail: alejandroramirezv@gmail.com
Aunque las elecciones territoriales de 2023 se desarrollan de forma bastante atípica (seguro todo será diferente a causa de nuestra experiencia “post-pandemia”), en el fondo se percibe, como siempre, el mismo olor rancio de la vieja política: tamales, billetes, saliva y sudor. Parece uno de esos planes en los que ya sabemos qué va a pasar, cómo y cuándo pasará, pero aún nos quedamos por si esta vez cambia el final. Eso casi nunca sucede.
Entonces, reiterar la importancia de llegar a las urnas con conciencia, como un ejercicio de la más pura expresión democrática, resulta una insistencia tediosa e inútil. Mejor es que reflexionemos sobre la madurez que aún no alcanza nuestro pobre sistema de representación política y su impacto directo en la pérdida de credibilidad generalizada de las instituciones.
¿Quiénes serán los alcaldes y concejales a quienes otorgaremos el privilegio de asumir los poderes ejecutivo y legislativo durante cuatro años? ¿Qué liderazgo representan? ¿Qué fuerte conexión ideológica nos impulsará a comprometer nuestro voto por sus nombres? ¿Cumplen verdaderamente el papel de líderes políticos, es decir: ¿están al frente del estudio, el análisis y la escucha ciudadana?
En principio, se hace común que los candidatos sólo estén al alcance en el período de campaña, visitando y escuchando como si de verdad estuvieran prestando atención a esa conversación de queja y necesidad que abunda en el territorio. Luego, una vez investidos, se requiere una mano larga, una fila eterna, una paciencia infinita para repetir las llamadas y encontrarnos al otro lado de la línea o de la mesa, una persona medio ausente, que responde con evasivas, que nos presta poca atención y que responde con tremendos recursos retóricos como “ahí lo vamos conversando, cuente con eso”.
Entonces se echa de menos el carisma, la conexión y la presencia que en el pasado tuvieron algunos líderes, que surgieron de los convites barriales y veredales, que se ampollaron las manos con el pico y la pala, abriendo trochas, pavimentando calles de barrio, promoviendo innumerables empanadas bailables para dotar un salón comunal o alegrar una navidad infantil.
Pero, como diría mi papá: eso eran otros tiempos y otras gentes. Con él, todavía recuerdo las jornadas de sol y sed, cargando ladrillos para remediar una precariedad de algún vecino, todavía en la calle me cruzo con alguno de los cercanos que ayudó a vaciar las escalas de concreto que aún hoy suben hasta la cima del barrio. Todos comparten una misma añoranza y un mismo hastío: se cansaron de quedarse solos empujando procesos, de asistir a reuniones con gentes que solo se quedaban por el chocolate y las empanadas.
Con el cansancio de ellos se marchó una generación que comprendía el liderazgo como una responsabilidad propia del vecindario, como el camino ineludible para el mejoramiento de las condiciones de vida de todos. Y en lugar de esa conciencia, llegó el tiempo de las figuras impuestas, de la distribución de los privilegios a cambio de los votos, de la negociación de la decencia. Por ese camino venimos hace ya varias décadas.
Entonces, este 2023, repitamos pues el cuento que no dejaremos de contar: fíjese un poco más, esta vez, en el candidato o la candidata a quien usted le va a conceder el privilegio de representarlo; póngale ojo a su formación, a su experiencia y a las propuestas que defiende; no lo deje solo, sígalo, pregúntele, propóngale y acompáñelo, porque es usted el que le permite desempeñar ese rol y además, con sus impuestos, le pagarán por ese trabajo.
Reconstruir, resignificar y repotenciar ese liderazgo, nos corresponde a todos y es una tarea urgente e imprescindible para el presente de esta región.
*Las opiniones expresadas en esta columna de opinión son de exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de La Prensa Oriente