Antes que empiece a incomodarse con esta columna, deme una oportunidad para argumentar lo que para mí podría ser. Relajémonos, y solo permítame unos minutos de lectura, los improperios en redes sociales o en mi ausencia son todo su derecho.
También podría ser que escuche sus consideraciones compartiendo un café, en mi correo o en contacto de whatsapp. Hagámoslo en el marco del respeto y el entendimiento, sé que lo que diré podría no agradar. “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, pongamos en práctica esta máxima de la escritora inglesa Evelyn Beatrice Hall, aunque algunos se la atribuyan a Voltaire. En fin, servirá de preámbulo a esta opinión.
No soy liberal, ni verde o azul. Ni amarillo, ni socialista, anarquista o comunista. Me incluyo dentro del importante número de ciudadanos que ven, oyen y entienden, y que de paso opinan y buscan que su parecer encuentre coincidencias con quienes no tragan entero ni esperan un milagro para ver que alrededor cambie el mundo.
Desde 1990 con César Gaviria Trujillo y seguidamente Ernesto Samper Pizano (1994-1998), Andrés Pastrana Arango (1998-2002), Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) y Juan Manuel Santos (2010-2018) Colombia no ha parado de mantener una aguda crisis de entendimiento y respeto por las instituciones. No hay día que no tengamos noticia de los expresidentes, de quienes tuvieron su cuarto de hora para gobernar, tomar decisiones, equivocarse y acertar. Aunque la queja común es que fueron más sus desaciertos, que lo hecho, en un país donde las desigualdades sociales se hicieron más profundas y el irrespeto por la vida fue el común denominador. No hago mención del presidente actual porque él gobierna en cuerpo ajeno, él nunca llegó a ejercer, todas las decisiones son producto del libreto de un gobierno de 12 años.
Ni qué decir de los derechos conculcados a los obreros y el inmenso daño que ocasionó la apertura económica y de ahí en adelante la quiebra de muchos de nuestros campesinos productores y empresas de los sectores que resultaron más golpeados por esta política nacional-trasnacional. Y sobre todo por la aplicación de un modelo económico que saqueó los bolsillos de los contribuyentes y de quienes aún mantienen en estado de supervivencia su presente y futuro.
Se cumplen 31 años de una pesadilla de cinco mandatarios, unos rojos, otro azul, otro azul con rojo, otro verde con rojo, en fin, se tiñeron para mimetizarse de lo que realmente representaban. Eran un poco de lo mismo, obedecían a los intereses superiores de sus jefes y gobernaron aun fuera con sus contradictores. No podemos pues, pedir nada distinto a como salió este entramado que dejó desolación a su paso y más miseria y ruina.
El primer semestre de 2022 será sin duda, una oportunidad para volver a lo que cada cuatro años se pone en consideración. Votar por la misma clase política o considerar otras alternativas. Con las recientes decisiones del Consejo Nacional Electoral (CNE) de otorgar personería jurídica a los partidos y movimientos que como consecuencia de la norma la habían perdido o nunca la habían tenido, nace una luz al final del túnel.
Esa misma oportunidad de ver que es posible un nuevo país. Otro país que vea en nuevos dirigentes, en políticos que se hayan contagiado del olor a pueblo, que lo sientan cercano. Que no se lo recuerden el día de las elecciones o que se convierta en única opción porque así se lo impusieron.
Yo soy de los que creo que el siete de agosto se estará posesionando quien haya logrado conectar con el elector, que lo haya entendido como quien es el que se beneficiará o perjudicará del nuevo gobierno. Es el que evaluará muy rápido las primeras decisiones que desde es día se convertirán en el punto de quiebre para hacer posible esa transformación y cambio que necesitamos.
Así como lo dije al inicio, ustedes y yo. Y sus padres, hermanos, abuelos, amigos, compañeros de trabajo, de estudio. Mujeres lideresas, campesinos, trasportadores y hasta sus contradictores podrán estar o no de acuerdo, pero de algo sí estoy seguro, es que en el momento en que se decida a votar por alguien que le servirá y no se convierta en su verdugo, ese día empezaremos a contar otra historia.
Así las cosas, me pregunto: ¿Quién será el próximo presidente de Colombia?