Eisen Hawer López Ch. – E-mail: eisen918@hotmail.com
¿Cuántas voces, momentos, imágenes, historias se pueden extraer de un paisaje sonoro? Las posibilidades son infinitas. ¿Cuántas historias, voces, miradas, interpretaciones o lecturas caben en dos o tres minutos de sonidos? ¿Qué podría resultar si, por ejemplo, describiéramos en un párrafo, o ilustráramos en una hoja, lo que escuchamos en un espacio como un parque, una plaza de mercado, una heladería, una taberna, o un centro de una ciudad?
Esa es la invitación que hacemos desde el 1er Festival del libro y la lectura “Escuchar con otros ojos”. Pensamos en la construcción de textos e ilustraciones, fotografías e interpretaciones que den lugar a las diversas lecturas y escrituras, usando paisajes sonoros y fomentando, además, la escritura y sus numerosas formas.
“Escuchar con Otros” es una propuesta que transita por la palabra escrita, el sonido, los olores y aromas de la memoria, el cuento, como género y como acción de contar, y que con-versa con diversos autores y autoras de la región del riente antioqueño sobre poesía, literatura, periodismo, música y cultura. En diciembre, La Unión, Antioquia, vivió un encuentro para “Escuchar con otros ojos”.
De un paisaje sonoro, encontramos estas interpretaciones en texto e ilustración:
¿Quieres escuchar a qué suena el parque principal de un municipio, un jueves en la mañana? Escanea el código QR y escucha.
Auto-robo
Hice una parada en el parque de ese pueblo porque necesitaba un cable para mi celular. Ya no llovía pero el pavimento aún guardaba grandes charcos que volaban a la acera cuando las llantas de las motos les pasaban por encima.
La música de Rodolfo sonaba en una cantina y no pude evitar sentir un olor a buñuelo que me recordó la casa de la abuela en diciembre. Entré a una especie de billar-panaderia-charcutería donde atendía un viejito tuerto que, además vendía lotería. Compré una cerveza y un billete al viejo, «Sesenta mil pesos”, me dijo. Yo, que no sé mucho de billetes de lotería, le pagué los sesenta mil pesos. Compré otra cerveza, y aproveché las mesas de billar para pegármele al chico que jugaban dos muchachos en una de ellas. Había mucha gente en el local, y se hacía difícil jugar. En la media hora que estuve, me tomé otras cuatro cervezas, tres aguardientes y fumé nueve cigarrillos. Pagué otros ochenta mil pesos, no supe bien de qué. Salí del local y llegué a mi auto, bastante mareado, sin dinero y sin el cable que había ido a conseguir. Al final, tampoco lo necesité: también llegué sin el celular.