Por: Rolando Albeiro Castaño – IG: @rolandocastanovergara
Hablar de los Planes de Ordenamiento Territorial (POT) es hablar del futuro que cada municipio se imagina para sí. Son más que documentos técnicos: son brújulas, mapas de navegación, acuerdos de lo posible. Según la Ley 388 de 1997, estos planes definen cómo se distribuye y usa el suelo en lo urbano, en lo rural, en lo que se quiere preservar y en lo que se desea transformar.
En el Valle de San Nicolás —integrado por El Carmen de Viboral, El Retiro, El Santuario, Guarne, Marinilla, La Ceja, La Unión, Rionegro y San Vicente Ferrer— todos cuentan con POT vigentes, cada uno con su mirada y sus decisiones. Sin embargo, cuando sumamos esas decisiones, descubrimos una historia más grande: la de una región que está creciendo rápido y que necesita pensar en conjunto.
El Valle tiene una extensión de 174.466 hectáreas. De estas, solo el 1,63% (2.846 ha) está clasificado como suelo urbano. Es decir, son terrenos donde se concentra la mayor densidad poblacional, los servicios públicos, las viviendas, los equipamientos y todo aquello que hace a una ciudad funcional. Rionegro lidera con el 29,5% de ese suelo urbano, seguido por Marinilla (16,4%), La Ceja (15,6%), y en menor medida, El Carmen, El Santuario y Guarne. Al fondo de la tabla están La Unión, El Retiro y San Vicente.
Esa distribución deja ver algo clave: la dinámica urbana más fuerte se da en Rionegro y sus alrededores. Son municipios vecinos, interconectados, donde el crecimiento de uno arrastra al otro. Esto se refuerza cuando miramos el suelo de expansión urbana: apenas el 1,04% del total del Valle, pero otra vez con Rionegro a la cabeza, con 770 hectáreas, seguido por Marinilla, El Retiro, Guarne y La Ceja.
El caso del suelo suburbano es interesante. Se trata de suelo rural con restricciones de desarrollo, pero que en la práctica funciona como una prolongación de lo urbano. Representa el 7,88% del territorio, y Rionegro, otra vez, tiene la mayor porción: 4.215 ha. Le siguen Guarne, Marinilla y El Carmen. Lo curioso es que estas zonas suburbanas no están aisladas: forman una especie de corredor continuo entre varios municipios, sin respetar mucho las fronteras administrativas. Eso hace que los retos que plantean no puedan resolverse municipio por municipio.
Ahora bien, lo más llamativo es la destinación de suelo para vivienda campestre: ¡el 19,5% del total del Valle! Estamos hablando de más de 34.000 hectáreas. Aquí, el municipio que más se destaca es El Retiro, que destinó casi la mitad de su territorio (46%) para este uso. Le siguen Guarne (37%), Marinilla (34%), La Ceja (28%) y San Vicente Ferrer (17%). En cambio, El Santuario y La Unión han reservado muy poco suelo para vivienda campestre.
En términos prácticos, esto significa que una quinta parte del Valle está pensada para recibir viviendas campestres, con todo lo que ello implica: acceso vehicular, servicios públicos, impacto ambiental, presión sobre los ecosistemas, entre otros. Y si sumamos esto con el suelo suburbano y el de expansión, vemos una realidad que supera ampliamente las capacidades de planeación de cualquier alcaldía, por buena voluntad que tenga.
En efecto, cuando sumamos el suelo urbano, el de expansión, el suburbano, los centros poblados rurales (644 ha) y el suelo para vivienda campestre, llegamos al 30,44% del total del Valle. Es decir, casi una tercera parte del territorio ya está habilitada, según los POT, para procesos de urbanización, vivienda y crecimiento poblacional. Y esto no es menor.
A nivel municipal, El Retiro es quien más suelo ha dispuesto para estos usos (11.989 ha), seguido por Guarne, Rionegro y Marinilla. Si lo vemos en porcentaje respecto al territorio de cada municipio, Marinilla con 62,6% y Guarne con 59,7% llevan la delantera: han dispuesto más de la mitad de su tierra para estos fines. El Retiro (49,2%) y Rionegro (41,6%) no se quedan atrás.
Esto nos plantea un escenario de alto impacto. Hoy, el Valle de San Nicolás tiene una población aproximada de 521.000 personas, pero entre todos sus municipios han habilitado 531 km² para urbanización, expansión y vivienda. Eso es más que Medellín (382 km²), que tiene más de 2,7 millones de habitantes. Y también supera a Envigado, Bello y Barranquilla, ciudades mucho más pobladas.
¿Estamos dimensionando lo que eso implica? ¿Tenemos claro lo que se viene si no actuamos con visión de conjunto?
Aquí es donde se vuelve urgente pensar en una gobernanza regional. No basta con que cada municipio planee bien. La realidad nos está mostrando que la región ya se comporta como un solo cuerpo. Las decisiones de uno afectan al vecino, para bien o para mal. Por eso, pensar en esquemas asociativos como un Área Metropolitana no es una opción ideológica, sino una necesidad técnica y práctica.
Una institucionalidad conjunta permitiría planear el territorio con herramientas más robustas, definir estrategias comunes, gestionar recursos y tomar decisiones con enfoque ambiental y social. CORNARE juega un papel clave, pero necesita articulación municipal y voluntad política para dar el salto.
Este Valle hermoso, lleno de montañas, niebla, quebradas y tradiciones, no puede improvisar su futuro. Ya tiene las condiciones normativas para recibir más gente, más vivienda, más empresas. Pero eso debe hacerse con responsabilidad. No podemos sacrificar el entorno por una visión cortoplacista de crecimiento. No podemos dejar que la fragmentación nos robe la oportunidad de construir un territorio que sea ejemplo de planificación inteligente.
El reto no es frenar el desarrollo, sino guiarlo. El crecimiento no es malo en sí mismo. Lo que sí sería grave es que nos tome por sorpresa, sin herramientas para canalizarlo.
Como región, estamos a tiempo. Lo que hoy decidamos, definirá el paisaje —físico y humano— de los próximos 50 años. Un futuro armónico, sostenible y próspero está en nuestras manos, si elegimos pensarlo y construirlo juntos.
* Director de Planeación Territorial, Gobernación de Antioquia


