Vanessa Alexandra Yepes Pérez
Comunicación Social – UCO, vanez9925@gmail.com
Entre chisme y chisme, historias y consejos, se pasa el día en una peluquería. Clientas estresadas porque su novio las engaña, porque renunciaron a su trabajo, o por algún problema con sus amigas. Uñas partidas, pelo quebradizo, cejas al borde del colapso, todo parece indicar niveles de estrés muy alto, pero nada que un buen peluquero no pueda solucionar.
En estos casos, el peluquero se vuelve el mejor aliado de las mujeres: escucha todos sus dramas y trata de ponerse en los zapatos de la clienta para dar una mejor opinión, pero en esto no solo participa dicho estilista. Las mujeres que están dentro de la peluquería por un segundo dejan a un lado sus problemas para concentrarse exclusivamente en la historia de aquella chica que su novio la engañó y necesita un cambio de look para que el ‘sujeto’ se arrepienta de haberle hecho tanto daño.
Todas se vuelven compañeras de ruptura, de tusa, de desamor… Empiezan a darse ánimo unas a otras, contando sus historias y diciendo “La que me hicieron a mí fue peor”. Y así pasan la tarde, entre desamores, risas, a veces llanto y mucho estilo.
Y qué decir si el estilista es gay… Ellos sí tienen la cura para todos los males. Sus consejos son los mejores y pueden hacer que te sientas viva otra vez y quieras salir a comerte el mundo. Ellos hacen parte del círculo fundamental de toda mujer, se puede convertir en tu asesor de imagen, guía espiritual y alinear todos tus chacras en una sola tarde.
Muchas mujeres comparan el ir a la peluquería con una confesión en la iglesia católica. Dicen que en la peluquería “se les renueva hasta el alma” pero… ¿Será eso verdad? A veces creería que sí. Para ir al estilista se necesita paciencia para ser atendidas y mucha más para esperar el tiempo que dura el procedimiento, se practica la escucha, al poner atención a cada detalle de las trágicas historias, y el momento de desahogarse se puede comparar fácilmente con el sermón del sacerdote en la iglesia.
Hace mucho tiempo una manicurista mencionó, que un buen masaje de manos y una manicure le devuelve la dignidad a tus dedos de todas las veces que le escribiste a tu exnovio, y un buen maquillaje puede tapar todas las ojeras de la borrachera de la noche anterior.
Entonces, se puede comparar una tarde en la peluquería como ir a terapia: te desahogas, lloras, reflexionas, y al final sales renovada, te sientes linda y lista para enfrentar el próximo reto que te ofrece la vida.
Muchas veces las citas en el salón de belleza son simplemente por amor propio, y en estos sitios sí que saben de eso: te hacen elogios con el nuevo corte, te admiran las uñas, las cejas, el maquillaje, las pestañas y hasta la ropa. Te asesoran para que cuides mejor tu piel, te mantengas fresca y relajada.
Una tarde de peluquería es cómo escapar un ratico del infierno y subir al cielo a disfrutar, tomar el té con las amigas y olvidar los problemas. Por eso si ves a una mujer cada ocho días en el salón de belleza, no la juzgues: no sabes qué nuevo ciclo está cerrando, a quién está tratando de conquistar, o qué locura que haya hecho en casa está tratando de arreglar.
A veces ser mujer puede ser un poco desgastante, pasar horas en la peluquería para que tu novio no note el cambio en tu color de cabello, tu abuela critique el color de tus uñas, y tu papá te diga que traes mucho maquillaje.
En definitiva, si las peluquerías dejaran de existir, las mujeres desaparecerían con ellas. No podrían soportar el peso de la sociedad y no tener donde refugiarse cuando su ego se encuentre en lo más bajo. Necesitan tener dónde resurgir y salir más empoderadas, dónde hacer amigas de verdad, y, sobre todo, dónde renovar el alma.
*Las opiniones expresadas en esta columna de opinión son de exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de La Prensa Oriente