Por Erney Montoya Gallego, docente universitario
Abandonar el sistema neoliberal no exige solamente dar un giro en el modelo económico. Exige, en primer lugar, un giro en el pensamiento político, completamente necesario para lograr un giro en la política. Y un vuelco en la política tendrá como consecuencia lógica y será posible refrendarlo con un nuevo contrato social, lo cual significa un giro a lo que hoy se constituye como el Estado. Como lo hemos expresado, la ideología neoliberal lo ha invadido todo, no sólo la economía sino también la política, la cultura, la sociedad. Es hora de cambiar, y lo primero es un nuevo pensamiento político.
En nuestro país la ‘clase política’ no tiene un pensamiento político -ni social ni cultural-. Sólo le interesa defender sus propios intereses, que son ‘intereses de la clase dominante’. ¿Por qué? Porque la clase política parece movida sólo por intereses económicos. “Privada de pensamiento, la política va a remolque de la economía”, argumenta Edgar Morin.
La política, la verdadera política, tiene que resurgir, para ser entendida como el arte de gobernar, pero gobernar con la finalidad de defender y promover el bien común -pero no los intereses individuales de la clase hegemónica- y lograr el ideal humano de la libertad -pero no la libertad de elegir de Milton Friedman, que lleva más a pensar en el ‘libertinaje de la codicia’-. Una verdadera política, una política esencial, debe orientarse al bien común, es decir, al bien de la humanidad. En cada país esa humanidad está significada en el pueblo, la nación; es decir, todos, sin distingo de clase, de raza, de sexo, de credo, de edad. Ninguna diferencia puede ser motivo de discriminación para recibir los beneficios de la política y del Estado. ¿De qué sirve libertad sin igualdad y sin justicia social?
La actual “política”, es decir, la ideología del libre mercado y de la represión, ha trastocado el rumbo de la humanidad. En lugar de promover la complementariedad y la pluralidad, incita a la competencia/competitividad; en vez de visionar sus estrategias hacia la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales, está enceguecida por cumplir las metas en el aumento del PIB; en lugar de priorizar la solidaridad, la sensibilidad humana y el pensamiento colectivo, busca que prevalezca el egoísmo, la tiranía del lucro y la ideología de la clase dominante; en lugar de atender las demandas sociales, de negociar y llegar a acuerdos con todos los sectores, evade a aquellos que tienen pensamientos diferentes y se esconde de quienes proponen posturas críticas, cuando no es que los persigue y aniquila. Como dice Morin, “al igual que la lechuza huye del sol, la clase política rehúye cualquier pensamiento que pueda iluminar los caminos del bien común”.
La ideología neoliberal, que se quiere imponer como la “política” actual, nos hace creer que las crisis, como la que estamos enfrentando en estos momentos, se resuelven con más economía; esta es una estrategia mediante la cual buscan seguir encumbrando el mercado para beneficio de unos pocos. No, señores. Las crisis se solucionan con más humanidad, y esto conlleva a poner en el centro de las preocupaciones la vida: la persona humana y la naturaleza.
La verdadera política debe ser garante de los principios, valores y fines del nuevo Estado: principios éticos y morales fundamentados en una sociedad plural, desde valores como unidad, igualdad, inclusión, dignidad, libertad, solidaridad, reciprocidad, respeto, equidad (tanto social como de género), con orientación a fines como la participación real y efectiva de todos los ciudadanos, para la construcción del bienestar común, la responsabilidad y la justicia social. Así, el Estado debe priorizar el mejoramiento de las condiciones de vida de toda la población, mediante un ordenamiento económico plural, redistribución justa de la riqueza y respeto a los derechos de la naturaleza.
El nuevo contrato social debe superar la subordinación del Estado a las fuerzas del mercado. Más bien, debe construir un Estado que propicia y acompaña relaciones dinámicas, constructivas y respetuosas entre la sociedad y un mercado plural, es decir, diferentes tipos de mercado, para evitar el monopolio y la especulación. Esto es, construir una “sociedad con mercado”, en lugar de una “sociedad de mercado”. En una sociedad con mercado, la sociedad y la política tienen criterio para ponerle límites al mercado, como, por ejemplo, evitar caer en una sociedad mercantilizada. Al contrario, la sociedad de mercado se superpone y le impone limitaciones a la política, la cultura y la sociedad, como lo hemos sufrido en los últimos 40 años. Hoy padecemos la tiranía del mercado.
En tal sociedad con mercado, el contrato social debe garantizar el derecho de las personas a la educación gratuita, la salud, vivienda digna, alimentación, empleo dignamente remunerado, el respeto a las diferencias; inclusive, la seguridad de un ingreso, aunque no se tenga empleo, que posibilite la satisfacción de las necesidades elementales del trabajador y su familia.
Todo lo anterior requiere la profundización de la democracia. Como dice Savater, quitándole privilegios a los partidos políticos, “no aceptando los mecanismos autoritarios que impiden a las voces críticas expresar y hacer valer sus opiniones, y desarrollando otras formas paralelas de participar en la vida pública de la comunidad, como colectivos ciudadanos”. Hay que construir una estructura política donde la sociedad civil disponga de profundas libertades políticas y el Estado sea un garante activo y alerta para prevenir los excesos del mercado. Es preciso que la mentalidad economicista no ocupe el lugar de la política y no sobrevalore el mercado.
Yo siento que muchos de ustedes piensan que esta es una propuesta soñadora e imposible. Con todo respeto, los invito a resolver esta pregunta: ¿son ustedes como las lechuzas?
*Las opiniones expresadas en esta columna de opinión son de exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de La Prensa Oriente