Leyendo: Acto de contrición y otros cuentos

Acto de contrición y otros cuentos

Es una colección de relatos que sabe mantener el equilibrio entre la variedad de personajes, situaciones y un hilo conductor que vincula las distintas historias, pues aborda temáticas tan diferentes como la violencia, la religión, las adicciones, y el más reciente encierro durante la pandemia, al mismo tiempo que se esfuerza por hacer familiares los espacios y los personajes que habitan estas páginas: un pueblo sin nombre habitado por personas con las que fácilmente podríamos cruzarnos en la calle y a las que la vida las asalta con su fantástica cotidianidad.

Porque la fantasía se pasea oronda por este libro, sin que por eso reemplace a una realidad a veces aburrida y otras inmisericorde. En algunos de los relatos nos encontramos ante situaciones casi mágicas, y en otros con una clara tendencia a la ciencia ficción, pero siempre regresamos a la aspereza de la vida cotidiana, donde hay que pagar el pasaje del bus o cuidarse de los atracadores y los derrumbes en la carretera, pero al mismo tiempo donde podemos contemplar la lluvia desde la ventana una tarde de domingo o escuchar el canto de los pájaros que saludan el nuevo día. Una calma engañosa constituye la atmósfera de estos cuentos, tan engañosa como necesaria para afrontar la aventura de la vida que nos aguarda afuera, trivial y maravillosa a partes iguales.

Despegando motor (Fragmento)

Aquella noche, Fabián regresaba a su casa después de una agotadora pero productiva jornada de trabajo. Manejaba una moto Flex de cilindraje 125. “De esas que son de niña –le decían los amigos– y que los cambios funcionan facilito, todos pa’ delante, y se devuelven de pa’ tras”. Manejaba despacio, prudente y sigiloso. Era la primera moto que compraba en su vida, y apenas llevaba dos días usándola. El juguete nuevo que más había añorado y que ahora, siendo por fin un adulto, había podido regalarse.

En un lugar de la carretera, donde la luz apenas alcanzaba para distinguir siluetas a unos cuantos metros, le salieron al paso tres motocicletas RX 115, “De esas que son de nea, de pillo, de sicario o de gamín”, como decían sus amigos. Se ubicaron detrás de él dos de ellas y la otra al frente, dejándolo en el medio de una caravana ruidosa y extrema. Entonces, como en una coreografía mortal, las tres motos hicieron un pique al mismo tiempo; sus placas acariciaban el pavimento y ese contacto hacía volar chispas como estrellas luminosas en la carretera oscura. Fabián no conocía los protocolos propios de las prácticas de piques, y no sabía si dar pitazos podría ser entendido como una celebración de la artística osadía, o una provocación causada por el rechazo a tal comportamiento.

No hizo más que mantener la velocidad, mientras manejaba en medio de las tres motos, y empezaba a sentir cómo el sudor le enfriaba la frente que el viento le acariciaba con fuerza.

El tipo que manejaba la moto de enfrente le hizo señas para que aparcara al lado de la carretera.

Dada la desventaja en número y en calidad de vehículo en términos de velocidad, no tuvo más opción que acogerse a la indicación y parar en un costado, a donde llegaron las otras dos motos que iban detrás. Los ocupantes de dos de las motocicletas se bajaron, y el otro se quedó como haciendo guardia, por si el incauto tenía la osadía de emprender la huida, aun con todos los pronósticos en contra.

Los dos hombres se acercaron a Fabián y, con un saludo desafiante, uno de ellos le dijo:

–Qué más, mono. ¿La va a picar o qué?

Fabián no respondió al intento de cortesía, sino que dijo lo único que su cerebro le dictó al instante:

–¡Ah!, parce, es que le estoy despegando motor.

Las carcajadas de los tres tipos le provocaron a Fabián unas náuseas que casi le hacen perder el equilibrio y caer de su moto. Antes de que se diera cuenta, dos de los hombres se habían subido a su moto, uno adelante y otro detrás de él, dejándolo convertido en el incipiente relleno de un sánduche humano, donde los dos panes olían a humo, incienso y sudor de varios días. Sus súplicas fueron en vano, y un solo intento de fuga fue frenado en seco con el frío de una navaja que sintió de repente en su cuello. La presión de la hoja contra su piel hacía un sonido delicado, como la tijera que se clava despacio en una tela ya podrida. Fabián no se movió, no porque supiera que quedarse quieto le garantizaba seguir respirando al menos de momento, sino porque su cuerpo estaba completamente paralizado.

–Tenete duro, que le vamos es a despegar el motor–escuchó Fabián casi en un susurro sobre su cuello.

Autor: Eisen Hawer López Chica
Publicado por: Sílaba Editores. Noviembre 2021
Ganador de la Convocatoria de Estímulos 2021
Unidos por la cultura
Modalidad: Narrar para Contar

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