Mis manos han dado forma
a cuanto objeto me fue encargado.
Amasé el árbol a sabiendas de que el mío
otro deberá talarlo.
Fragmento del poema El Carpintero, del poeta cubano Arístides Vega
Felipe Osorio Vergara
E-mail: felipe.osoriov@udea.edu.co
Rastras de cedro, roble y teca, recostadas en la pared. El piso áspero, en cemento, se cubre con capas, unas más gruesas, unas más delgadas, de viruta y aserrín. En los tímidos rayos de luz que se cuelan entre las ventanas, se observa el vuelo lento de las partículas de polvo, que lo inundan todo, y que se disipan al compás de la neblina mañanera del Altiplano del Oriente antioqueño. Esa es la primera vista que se encuentra William Ríos, todos los días a las siete de la mañana, cuando entra a su carpintería del sector Belén, en Marinilla.

De sus 54 años, ha pasado 36 entre la madera. Lejos quedan los recuerdos de su juventud cuando, en la vereda Chocho de Marinilla, su tierra natal, jornaleó en el campo y “voleó azadón” por un tiempo. Lo suyo no era trabajar tierra ajena, como habían hecho sus padres, sino que buscó mejor futuro en Medellín, donde se inició en el taller de carpintería de unos parientes. Allí aprendió “sobre la marcha”, recuerda. Veía a sus primos bosquejando, ensamblando, cortando, manejando máquinas, lijando, pintando. Aprendió viendo y haciendo; sin instrucción de ninguna clase, más allá de la que enseña estar al fragor del trabajo. Pronto, pasó de mero ayudante a encargarse de procesos más complejos, hasta que ya dominaba bien el oficio.
Se devolvió al pueblo a trabajar en un aserrío, y hace alrededor de veinte años montó su propio taller al lado de la casa de su suegro. Por varios años trabajaba en los dos: de 5 a 7 de la mañana en su carpintería, con los encargos y trabajos propios. Luego, de 8 a 5 en el aserrío, y de nuevo de 6 a 9 de la noche en su taller. Fueron años duros, desgastantes, en los que el tiempo y el descanso eran bienes escasos, salvo el domingo en la tarde, momento dedicado a la infaltable misa con su familia.

Cuando ya se había dado a conocer y tenía clientes propios, se salió del aserrío y se dedicó por completo a su taller. Patricia, su esposa, aprendió a lijar, mientras que Camilo, su suegro, aprendió a pintar. Ambos son su apoyo en el trabajo. Comenzó a comprar máquinas para ayudarse en sus tareas: sierra, cepillo, trompo, sinfín, canteadora y lijadora de banda, además de variedad de taladros, martillos, serruchos, destornilladores y más. “La tecnología ayuda mucho en el trabajo, pero lo manual es algo que no se puede perder, es como el alma que se le pone a cada cosa que hago”, aseguró William.
Y es que la carpintería es ponerle alma a un trozo de madera para hacer de él un mueble, un escritorio, un armario o una cocina. No en vano es uno de los oficios más antiguos de la humanidad, pues la madera ha sido uno de los materiales más versátiles, asequibles y abundantes para construir y amueblar las casas. Desde el toro de madera que creó el griego Dédalo para Pasífae, la esposa del rey Minos, pasando por el caballo de Troya narrado por Homero, hasta las bíblicas Arca de Noé, Arca de la Alianza, José de Nazareth, o Gepetto el de Pinocho, los libros están llenos de referencias a este oficio y al ingenio de quienes lo han dominado.
Pese a lo antiguo del oficio y a lo artesanal de su elaboración, las nuevas tendencias de diseño contemporáneo, de mueblerías y almacenes que venden objetos ensamblados, aglomerados cortados por máquinas a láser o que emplean otros materiales como metal y plástico, han ido desplazando lentamente la carpintería tradicional. Sin embargo, William se ve tranquilo, confiado en la calidad de su trabajo y en el plus de que hace las cosas a la medida y gusto del cliente. “No hay mayor satisfacción que ver al cliente contento con el trabajo que uno le entrega. Esa es la mejor carta de presentación, porque así lo recomiendan a uno a través del voz a voz”, señala.
La noche cae y el frío empieza a calar los huesos, pero William sigue trabajando. No siente el frío cuando trabaja. El sonido agudo, metálico, de las máquinas, opaca el ruido del tráfico de la cercana Autopista Medellín – Bogotá. A eso de las 8 cesa. Se quita su tapaoídos en diadema, se sacude su ropa de trabajo y guarda sus herramientas. Es en ese momento cuando llega Mariposa, la mascota familiar y de la carpintería, una perrita, ya anciana, que lo ha acompañado por más de quince años. Aunque le han hecho casetas en madera y le han puesto tapetes o camas para perros, ella prefiere acostarse en el aserrín, hacerse bolita entre la viruta, y echarse a dormir; no sin antes moverle la cola a su dueño, como diciendo hasta mañana.







