Por: Juan Andrés Valencia Arbeláez
COMUNICACIÓN SOCIAL UCO, juanvalenciaxxl@gmail.com
Caía la tarde del 26 de noviembre de 1996 en la Perla Azulina del Oriente, y los últimos rayos crepusculares se perdían tras las montañas y los tejados, mientras algunas palomas revoloteaban por el parque principal en busca de su nido. Helí Gómez Osorio, personero de la localidad, se encontraba tomando una manzanilla junto con unos amigos de trabajo en la heladería La Oriental.
—Parece que esta noche hará frio—comentó uno de sus colegas.
—Y usted sin saco, Helí—dijo uno de sus amigos.
—¡Ahh!, igual dentro del concejo siempre hace calor—dijo Gómez a la par que bebía el último trago de la aromática —Hablando de eso, ya va siendo hora de que me vaya a la sesión.
—¿Cuándo va a llevar el informe sobre las desapariciones de La Esperanza a Medellín? —preguntó uno de sus compañeros.
—Mañana—expresó mientras se levantaba de la mesa y dejaba unas monedas sobre ella.
Minutos más tarde 7 balas cegarían su vida y derramarían su sangre aún caliente por el amor a esta tierra y su gente.
Helí, el joven
En el año de 1977, un Helí adolescente llegaba desde Medellín a un pueblo enclavado en las montañas de El Carmen de Viboral. Llegó al poblado por petición de su hermano mayor Luis Gonzalo Gómez, quien era ingeniero civil y se encontraba trabajando para la alcaldía en ese momento, y quería a un familiar que le hiciese compañía.
El joven Helí venía de una familia común de clase media, con sus problemas y divisiones. Era el 7 de 8 hermanos, el más pequeño de los hombres, y era muy apegado a su madre y su hermano Héctor. “En la casa había dos grupos, los mayores y los menores; y unos que eran más cercanos a mi madre, y otros a mi padre”, dice Héctor Gómez.
Desde pequeño era estudioso y más bien callado, muy dado siempre a ayudar a los demás, en sus tareas o exámenes. Era una persona creyente, y su familia muy religiosa (fervor heredado principalmente por su mamá); y él, al igual que todos sus hermanos, pasó por colegio religioso; en su caso particular estudió en El Sufragio en Medellín, donde aprendió la espiritualidad salesiana, junto con su modo de proceder. “A mi papá le quedaba difícil vigilar la educación de 8 hijos, y para él los colegios religiosos brindaban buena educación, encaminaban en valores y en compromiso ciudadano. Cosa que no sentía que sucedía en los públicos”, comenta su hermano Héctor.
Cuando llegó a El Carmen cursaba grado 7°, y para proseguir con sus estudios se matriculó en I.E. Fray Julio, donde se adaptó muy bien a pesar de lo abrupto del cambio de pasar de un colegio privado a uno público, de uno masculino a uno mixto, y de una ciudad a un pueblo.
Hizo lo que haría cualquier muchacho normal: formó un grupo de amigos (con los que integró después varios grupos juveniles de carácter social y comunitario), salió de fiesta, trabajó para obtener algunos pesos, consiguió novia (con la que permaneció hasta poco antes de su muerte). Con el tiempo se enamoró por completo de este municipio de casas de tapia y bahareque, calles sin asfaltar, postes de madera, y sus habitantes de alma noble y sencilla.

Helí, el estudiante de derecho
Su padre era abogado (juez de instrucción criminal) y más bien rígido. “Mi papá era alguien que imponía carreras profesionales, y las únicas que valían la pena para él eran Ingeniería Civil, Derecho o Medicina, el resto no eran carreras según él; de ahí viene su inclinación por estudiar Derecho por una parte. Por la otra, cuando llegó a El Carmen se interesó bastante por la Casa de la Cultura, donde además de hacer amigos, aprendió a involucrarse con las personas, con la juventud y con procesos sociales”, recuerda su hermano Héctor Gómez.
Al terminar el bachillerato en 1986, se presentó a la Universidad de Antioquia, y consiguió pasar el examen de admisión en primer intento; pero no por eso abandonó el municipio, pues de lunes a viernes permanecía en Medellín, donde vivía con su madre, y los fines de semana venía a El Carmen de Viboral. “No fue capaz de desarraigarse de El Carmen. Para él este pueblo tenía una magia especial, y ni siquiera el cariño a su mamá lo podía retener los fines de semana en Medellín”, narra Héctor.
Durante su paso por el alma máter creó un club de universitarios, participó de distintos eventos culturales, pero principalmente aquellos dedicados a la música andina (porque siempre fue un enamorado del arte), y ayudó a fundar el consultorio jurídico de la UdeA, misma idea que implementó en el municipio con una oficina que se encontraba en la Casa de la Cultura, en la cual llegó a pagar de su bolsillo los servicios que prestaban los practicantes.
Era difícil creer que un joven tan delgado, algo pálido, y de poco más del metro 70 de estatura, que parecía tan débil y enfermizo, poseía tal fortaleza y liderazgo capaz de contagiarla a otros para trabajar juntos en la búsqueda de la justicia y el bienestar social.
Helí, el Personero
Helí nunca buscó la política, llegó por mera casualidad a la personería, pero nunca con interés político, sino con el deseo de ayudar al campesino, a las personas vulnerables, y que veía que no tenían quien abogara por ellos. “Por ejemplo, los hospitales y centros de salud abusaban de estas personas porque retenían a los pacientes —principalmente niños— hasta que se pagase el servicio; así que él llamaba para exigirles que los soltaran porque eso era un secuestro”, cuenta su hermano Héctor.
En el año de 1995, se debía elegir nuevo Personero municipal, así que Helí llevó la hoja de vida sin ser profesional aun, y fue escogido de manera unánime por la corporación entre los demás candidatos al puesto. “Para él fue un momento muy importante y feliz, pero como siempre existía ese distanciamiento familiar, el único que estuvo en ese momento en que fue electo fui yo”, dice Héctor.
Días después, Héctor, al ver que su hermano se estaba comprometiendo con demasiado corazón con varios procesos, y arriesgando con ellos la vida, lo confrontó en la salida de su oficina y le dijo:
––Helí, ¿cuántos personeros han pasado por esa oficina? Haga lo que hicieron los demás: archive cuanto documento le llegue y punto; no se exponga a peligros innecesarios.
––No, hermano, a mí me eligieron para defenderlos.
––Por eso mismo lo van a matar.
“Helí era una persona integral, muy respetuosa e ilustrada, pero sí era drástico e intransigente en sus posiciones en cuanto a la defensa de las personas. Por eso el papel de personero lo ejecutaba de maravilla ya que hablaba por los que no eran escuchados”, dice Carlos Alfonso García, quien fuese el Secretario de Gobierno en esos años.
En su oficina, ubicada en ese entonces en el segundo piso de la alcaldía, atendía a todo el que llegara, sin necesidad de cita previa, y a todos los trataba cordialmente y procuraba ayudarlos. Una de sus cualidades era que nunca decía No, siempre trataba de ayudar: “lo que esté en mis manos lo haré”, era una de las frases que más repetía. Un ejemplo de esto lo recuerda Flor Gallego, líder de la vereda La Esperanza:
“Cuando vine a hacer la denuncia sobre la desaparición de 17 campesinos de la vereda La Esperanza no teníamos dinero, y Helí sacó plata de su bolsillo para llevarnos a todos, con nuestros niños, a comer a Pollos Mario, porque ya era muy tarde y no habíamos probado bocado. Después nos llevó a la Casa Campesina para que nos dieran hospedaje”.
Helí Gómez se atrevió a decir ante Teleantioquia que, en las desapariciones de los campesinos y violaciones de campesinas, estaban comprometidos y confabulados tanto el Estado y los paramilitares. Sabía que esas declaraciones eran muy peligrosas, pero no tenía miedo a la muerte, se sentía incapaz de ignorar los hechos y simular como si no pasase nada mientras se sentaba en un escritorio a firmar papeles.
Helí, el hombre
Helí no era una persona muy sociable, pero tampoco asocial; era vegetariano, no tomaba ni fumaba, era una persona muy hogareña, amaba a su madre y sus sobrinos, le encantaba jugar con ellos siempre que iba a almorzar a la casa de su hermano Héctor, “de hecho él me enseñó cómo debía de tratar a mis hijos y educarlos”.
Le encantaba leer, especialmente poesía, sabía tocar guitarra y cantaba algunas veces, sus canciones predilectas eran las de música andina y de protesta (como las que compuso Víctor Jara). No era muy fanático de hacer deporte, también amaba a los animales y las plantas. “Transmitía una energía muy bonita”, asegura una compañera de trabajo.
Detestaba la corrupción, la inequidad, y la violencia. Quería seguir una política muy independiente y que pensara siempre en “los nadie” como los llamaba. “Nunca expresó que desease ser alcalde, pero seguramente hubiese ganado, la ciudadanía lo quería mucho”, dice Carlos García.
Iba muy seguido al asilo simplemente para acompañar a los abuelitos, les llevaba dulces y tocaba para ellos la guitarra, lógicamente también asistía a los banquetes que se realizaban allí para recaudar fondos, y convidaba a cuanto amigo pudiese. “Era una persona que ponía siempre el bienestar del otro en su lista de tareas”, afirma el exsecretario de Gobierno.
En el año de 1994 su madre fallece de un paro cardiaco mientras paseaba junto a él en Rionegro. “Ese día fue muy triste para él, y en el velorio me dijo que había perdido el sentido de la existencia”, comenta Héctor Gómez. “Helí siempre trató de darle gusta a mi mamá en todo, y se esmeraba por hacerla sentir orgullosa”.
Tiempo después terminó con Adriana García, quien era su novia de toda la vida y con quien llevaba una relación de alrededor de 10 años. Una noche después de cenar en casa de su hermano, ambos se sentaron en la sala y se quedaron charlando; Héctor, al verlo un poco triste y cabizbajo le pregunta:
––¿Estas así por Adriana?
––Un poco, sí.
––¿Pero por qué le terminaste si estaban tan felices?
––Es mejor así. Es menos doloroso… Héctor, yo he firmado unos seguros de vida, si me llegara a pasar algo te van a dar…
Su hermano le corta la palabra de tajo y dice: no me digas eso, que a mí no me interesa la plata, sino que estés bien.
––Es mejor prevenir.
***
Un día, al finalizar una reunión de trabajo ordinaria con el alcalde y otros funcionarios, el Secretario de Gobierno se quedó hablando con él de temas de trabajo, y Helí con una mirada un poco melancólica y pensativa le cuenta una infidencia al doctor Carlos Alfonso:
––Carlos, yo me siento muy inseguro dentro de la zona urbana, es como si me vigilaran, me persiguieran…
––¿Vos querés que te brindemos una escolta?
––No, eso me alejaría de las personas, les haría perder la confianza para acercárseme. Además, si me van a matar, lo harán sin importar los guardaespaldas que tenga.
Helí, el líder social
Por sus ideas lo titularon de guerrillero, hoy día muchos lo siguen creyendo como tal. “Un policía se atrevió a decir que él era miembro de la guerrilla, otra señora decía que lo que pasa es que él le llevaba mercados a los guerrilleros, y hoy día muchas personas lo siguen pensando”, menciona su hermano.
“Se tenía la impresión por parte de muchos de los agentes de esa época de que él era guerrillero porque muchas de las personas que él ayudaba o defendía legalmente lo eran, como tiempo después se pudo confirmar, ya que algunos se llegaron a desmovilizar. En esos tiempos en el ambiente se tenía la paranoia de ver guerrilleros o paramilitares por doquier”, afirma un policía de ese entonces.
Sus constantes cuestionamientos a las FF.MM. hacía que no fuese bien recibido del todo dentro de la institución; además, “también compaginaba con algunos pensamientos de índole izquierdista, pero su posición ideológica era más bien de centro, porque no tenía por ídolo a nadie ni a ninguna ideología”, dice Carlos Alfonso. “Para él era horrible que las fuerzas militares abusaran de la autoridad. No los odiaba; sin embargo, era más bien distante con ellos”.
El Personero Gómez Osorio adelantaba una investigación por la desaparición de 17 personas ocurrida entre los meses de junio y julio de 1996 en la vereda La Esperanza. Sus pronunciamientos no solo los conocían las autoridades regionales y nacionales, sino los medios de comunicación, por medio de los cuales advirtió que los responsables de esos hechos eran grupos paramilitares que actuaban bajo el amparo y complicidad del Ejército Nacional.
También realizó unas investigaciones contra el ejército y la policía porque “existían unos encapuchados que estaban haciendo limpieza social dentro de El Carmen, y el descubrió que eran miembros activos de la policía. Helí lo denunció, y yo mismo llevé esos documentos a Medellín”, dice su hermano Héctor Gómez, “Eso empezó a disgustarle bastante a las FF.MM., el que no les quitase el ojo de encima”.
Cuando pasó la desaparición de los campesinos de La Esperanza, el Personero Gómez “en la búsqueda de la verdad, y de esas personas, logró hablar con Ramón Isaza, comandante del bloque de AUC del Magdalena Medio que operaba en la región. Seguramente fue a partir de ese encuentro que fue declarado objetivo militar por los paramilitares” narra el señor García.
***
La madrugada del día 27 de noviembre de 1996, el municipio de El Carmen de Viboral despertó siendo noticia regional: Asesinado Personero Municipal, eran los titulares más comunes de la prensa, alguno se refirió a Helí como uno de tantos colombianos que cansado de la violencia, decidió emprender acciones en pro de la paz y los derechos humanos, acciones que molestaron a los poderosos porque destruía su monopolio de la guerra.
Ese día, en el velorio de Helí Gómez, como a las cinco y media de la mañana, entró un señor mayor de rostro ajado por el sol, con botas de caucho, pantalón y camisa limpios y planchados, pero remendados, una ruana, y sombrero; al llegar justo delante del féretro se quitó el sombrero y empezó a llorar. Era el pueblo que lloraba.
Ningún otro evento había tenido tanta repercusión social hasta el momento; en el parque no cabía nadie al momento de las exequias fúnebres en el templo principal, allí muchos lloraban, otros con pancartas exigían paz y la no impunidad para el Personero de los sin voz.

Helí, hoy
Han pasado poco más de 25 años desde la muerte de Helí Gómez, en sacrificio por la defensa de los derechos humanos de varios carmelitanos; y aunque muchos aun lo recuerdan como un buen amigo, excelente ciudadano, y gran funcionario público, su testimonio y vida está cayendo en el olvido, especialmente por la institucionalidad y la población más joven. “Un ejemplo de este olvido de la memoria de Helí fue la placa conmemorativa colocada en el lugar de su asesinato, la cual fue destruida por alguien poco después. Ese ha sido el único monumento que se le ha hecho”, dice Alfonso García.
Las investigaciones sobre los culpables de su asesinato se iniciaron poco tiempo después de su muerte, pero a día de hoy no se ha avanzado mucho. Su muerte se la disputan dos paramilitares: Ramón Isaza, quien asumió el hecho como obra de sus hombres por orden suya el 16 de octubre de 2008 ante la Fiscalía; y Ricardo ‘La Marrana’ López Lora, quien se atribuyó la muerte del personero Gómez en una audiencia el 30 de septiembre de 2009.
“Quién sabe qué beneficios les trae el hacerse cargo de un crimen que tiene que ver la policía, el ejército, y los paramilitares. Ahí hay una trampa hecha, que ya se ha hecho en muchos otros casos”, asegura el profesor Jhon Jairo Serna, miembro de la Mesa de Derechos Humanos del Oriente Antioqueño y docente de la Universidad Católica de Oriente. “Estamos seguros de que es un crimen de Estado. El ejército está dejando que los paramilitares asuman los cargos para envolatar la investigación, y ellos no tener responsabilidad en esa muerte, que fue perpetrada entre las FF.MM. y las AUC.”, afirma la señora Gallego.
Es paradójico que alguien que trabajó por la justicia, no la encuentre para sí mismo. “La justicia y los Derechos Humanos en el Oriente Antioqueño requieren de un ajuste en la institucionalidad, para poder garantizar un efecto simbólico y efectivo; para orientar, contener y sancionar las conductas delictivas, que se vienen expresando de manera violenta, en particular con los asesinatos, que entre 2018 y 2021 ascendieron casi a 600, tal como lo muestra el Informe de DD.HH. en el Oriente de Antioquia”, asevera el profesor Serna.
Helí inició varios procesos sobre violación a los derechos humanos, el más representativo es el caso de La Esperanza, el cual llegó a buen término en septiembre de 2017. En ese, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado colombiano por la desaparición, tortura, y asesinato de varios campesinos, entre ellos niños. Pero muchos otros casos fueron archivados y no se han resuelto todavía. “Las personerías dejaron de ser en su selección tarea de los Concejos Municipales, por asuntos de corrupción y de tráfico de influencias, y pasó a ser un asunto técnico, en el cual se procede a presentar un examen de conocimiento de la ley en torno al que hacer de la personería, y quién tenga el mejor puntaje es ganador del cargo.Eso genera traspiés, porque en muchísimos casos quien gana el concurso para habilitarse como personero o personera no es nativo del municipio en el que le corresponde prestar sus servicios, y ese asunto lo inhabilita por mucho tiempo, para entender, y sobre todo para intervenir de manera comprensiva en los asuntos de justicia municipal, DD.HH., no violencia, y procesos anteriores que se llevasen”, dice el profesor de la UCO.

La vida de Helí fue la de cualquier hombre, su única diferencia radica en que él no fue egoísta en la construcción de sus sueños, y tuvo la valentía de tratar de hacer realidad ese anhelo: un mundo más humano, menos violento, más justo y más feliz. Ahí es donde reside su grandeza, en que amó tanto a la gente, que luchó y libró una buena batalla contra todo aquello que destruía la dignidad de los demás. Nos deja una gran enseñanza: quien no vive para servir, no sirve para vivir.