Por: Paola Gómez*
El bienestar de los animales va más allá de la creación de leyes. Nunca es suficiente cuando la cultura del cuidado no existe. En Colombia gran parte de la población tiene la mala costumbre de descuidar los intereses de los demás, incluidos a los animales. ¿Entonces a quiénes les duele el panorama de abandono y maltrato de los animales?
En el año 2014, cuando Rionegro se encontraba en el proceso de erradicar la tracción animal de sus calles –una práctica que lamentablemente aún persiste en otros municipios del Oriente Antioqueño–, solía visitar con frecuencia una esquina ubicada frente al Colegio Josefina Muñoz González, hoy conocido como Julio Sanín. Allí conversaba con los cocheros y me aseguraba de que sus caballos estuvieran bien cuidados. Siempre les preguntaba si habían recibido comida y, con cuidado, revisaba sus orejas y patas en busca de garrapatas. En una ocasión, recuerdo a un caballo con las orejas pesadas y caídas por la cantidad de parásitos que lo aquejaban. Afortunadamente, el dueño del animal fue receptivo a mi preocupación y al día siguiente que regresé, el caballo ya estaba libre de esas molestas criaturas.
No todos los caballos corrían con la misma suerte. A menudo, era testigo de disputas entre cocheros por el estado de salud de sus animales. En ocasiones, podía intervenir y mediar en la situación, pero otras veces, la hostilidad de los cocheros me impedía actuar. Sin embargo, la lucha por el bienestar animal en Rionegro dio un paso importante en 2014 con la erradicación de la tracción animal en el casco urbano. Un logro que llenó de satisfacción a la comunidad y que significó una nueva vida para los caballos que antes sufrían en las calles.
Aquellos equinos fueron dados en adopción a familias responsables que les brindaron el cuidado y la atención que merecían. Sin embargo, la lucha contra el maltrato animal continúa siendo un desafío constante. A pesar de la existencia de numerosas leyes, códigos, decretos, acuerdos y resoluciones, la falta de acción por parte de las autoridades y la tolerancia social ante estos actos de crueldad siguen siendo obstáculos para garantizar el bienestar animal.
Con solo 28 años, me siento agotada por la constante lucha contra la injusticia y el maltrato animal. Ver tantas criaturas sufrientes y la indiferencia de algunos individuos desgasta a quienes sentimos empatía por los demás. Aferrándome al viejo dicho de que «hay más personas buenas que malas», espero que así sea en realidad.
Me encantaría detallar la cantidad de acuerdos, decretos y leyes existentes sobre protección animal en los diferentes niveles de gobierno. Sin embargo, esta información está disponible en internet y no es el motivo de mi mensaje. Mi objetivo es compartir con ustedes cómo podemos contribuir a mejorar la difícil situación de los animales que no tienen voz.
Mi padre me inculcó la pasión por el rescate de animales callejeros, siempre con la clara conciencia de que no podían quedarse en casa indefinidamente. Desde el momento del rescate, la búsqueda de un hogar adecuado era una prioridad. Hace 15 años, Rocky llegó a mi vida para quedarse. Un perro negro criollo, castrado (ya que había tenido un hogar y lo habían abandonado), merodeaba por mi casa y siempre le ofrecía comida. A veces venía de visita, otras veces pasaba la noche, hasta que finalmente se convirtió en un miembro permanente de la familia. No tuvimos el corazón de abandonarlo a su suerte. Él ya había encontrado su refugio seguro. Y así ha sido hasta el día de hoy.
Invito a todos los que leen estas líneas a que consideren la posibilidad de amar a un animal. Se sorprenderán del tesoro que han estado esperando sin saberlo.
* Comunicadora social y defensora animalista.
*Las opiniones expresadas en esta columna de opinión son de exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de La Prensa Oriente