Por: Juan Andrés Valencia – Comunicación Social UCO
Guillermo Zuluaga Azuero, más conocido como Montecristo, nació el día 10 de febrero de 1924 en Medellín, en el seno de una familia donde la medicina y la política tenían un papel prominente. Hijo de Baudilio Zuluaga y Carolina Azuero de Zuluaga, desde temprana edad se trasladó al municipio de El Santuario, donde estudió en la escuela del municipio, aunque no llegó a ser muy buen alumno.
Desde pequeño mostró destellos de un talento que lo llevaría a convertirse en uno de los comediantes más célebres de Colombia durante el siglo XX. “De niño, me contaron, era bastante pícaro y sagaz, como cualquier niño, Lo llamativo es que no perdió esa capacidad, que fue la que siguió empleando en su adultez para hacer reír”, afirma su hijo Félix Zuluaga.
De joven, jamás pensó en ser humorista, deseaba ser médico o militar. Por eso, para cumplir con esa intención, se enlistó en el ejército, y fue destinado a cumplir con su servicio militar en Palmira, Valle del Cauca, una experiencia que moldeó parte de su personalidad y le brindó anécdotas que luego convertiría en hilarantes sketches.
Su travesía militar lo llevó por diversos destinos, desde el batallón Bomboná de Rionegro hasta la prestigiosa guardia presidencial, donde su destreza con el tambor y las cornetas, habilidades que adquirió durante su tiempo como boy scout, le abrieron puertas inesperadas. Su paso por la escuela de ingenieros militares en Ibagué, donde destacó como tambor mayor, y su último destino en el batallón Codazzi de Palmira, marcaron el fin de su carrera militar y el inicio de una nueva etapa como humorista nacional.
El detonante de su incursión en el mundo del espectáculo fue una actuación cómica y desenfadada el día de su despedida del servicio militar, donde imitó a los altos mandos y a sus compañeros con un humor mordaz y perspicaz que capturó la atención de todos los presentes. Esta presentación improvisada le valió una invitación a Radio Cultural de Cali, donde su talento se desplegó con plenitud y le abrió las puertas hacia una carrera prometedora en el mundo del entretenimiento.
“Mi padre realmente quiso cantar el día de su despedida en el batallón, pero cantó horrible y la gente lo abucheó, entonces aprovechó la situación para hacer un chiste sobre tan bochornosa presentación, y la gente se rió, lo aplaudió, y le pidieron más”, menciona su hijo. Fue ahí donde se percató de que su verdadero don residía en la capacidad de hacer reír a la gente con sus ingeniosos chistes y ocurrencias.
Su habilidad para sacar sonrisas y carcajadas lo catapultó rápidamente a la fama, convirtiéndolo en uno de los humoristas más queridos y reconocidos de Colombia. Durante su trayectoria, tuvo la fortuna de conocer a los hermanos Hernández (reconocido músicos), quienes lo introdujeron en el mundo del espectáculo y lo llevaron a una gira nacional como animador, un paso crucial que amplió su audiencia y consolidó su reputación como un talento inigualable en el ámbito del humor.
“Fue en el inicio de esas giras que uno de sus amigos, viendo los colores tan brillantes de vestir de Zuluaga Azuero lo asocia con la estrafalaria manera de vestir del personaje de la novela de Alejandro Dumas: El Conde de Montecristo. A él le gustó esa comparación”, sostiene Félix Zuluaga al recordar el nombre por el que su padre pasaría a la historia.
Su legado se materializó en programas radiales emblemáticos como «El café de Montecristo», cuyos libretos estaban inspirados en las genialidades del humorista cubano Alberto Gonzáles. A pesar de enfrentar desafíos de salud, como una polineuritis que lo confinó a una silla de ruedas, nunca abandonó su pasión por hacer reír a la gente, y continuó ofreciendo su programa en vivo, cosechando éxitos y dejando una huella imborrable en el corazón de sus seguidores.
Uno de los momentos más emblemáticos de la vida artística de Guillermo Zuluaga Azuero fue cuando Cantinflas asistió a uno de sus shows, y tras verlo, lo elogió por su humor, su capacidad para desenvolverse en el escenario, y su creatividad, catalogando como “el mejor humorista del continente americano”.
En su vida privada, el padre del humor colombiano, se casó dos veces y tuvo 23 hijos, uno de ellos falleció a los 5 años por una gastroenteritis y tuvo que hacer un ‘show’ de comedia para conseguir los recursos y poder pagar las exequias de su pequeño. Igual que la partida de otros dos más, que fueron muy dolorosas para él.
Montecristo falleció el 17 de octubre de 1997, víctima de un cáncer que apagó su vida, pero no su legado. Su segunda esposa, Flor María Duque, fue su compañera incondicional hasta el último suspiro, demostrando que el amor y la dedicación trascienden las adversidades.
Su influencia en el humor antioqueño y colombiano es innegable, y sus personajes se convirtieron en íconos de la comedia popular, sirviendo como referencia y fuente de inspiración para las generaciones venideras. Montecristo no solo fue un comediante excepcional, sino también un símbolo de alegría y esperanza para un país que encontraba en su risa un bálsamo para las penas y las dificultades cotidianas.
Su legado perdura en la memoria colectiva de una nación que lo reconoce como uno de los pilares fundamentales de su identidad cultural. El humor de Antioquia y de Colombia se divide en un «antes de Montecristo» y un «después de Montecristo», una declaración elocuente del impacto duradero que este genio del humor dejó en el alma de su pueblo. Sus personajes, desde Montoño hasta Montecristrago, seguirán sacando sonrisas y provocando carcajadas por generaciones, recordándonos que, en la vida, el mejor antídoto contra la adversidad siempre será el buen humor y la capacidad de reírse de uno mismo.