Por: Esteban Gómez Duque
Es normal en los seres humanos querer arrancar del pasado aquello que ayer dolió, aquello que nos arrugó el corazón y nos hizo pensar que lo mejor era echarle tierra y no sacarlo de ahí por un buen tiempo. Sucede con algo tan básico como un desamor y algo tan fuerte y complejo como el conflicto armado colombiano. Entonces, vale la pena hablar de memoria, de la que nos falta y a veces creemos que se ausenta en el Oriente antioqueño.
El 6 de diciembre del 2000, las FARC volaron gran parte del pueblo de Granada con 400 kilos de dinamita; en el año 1996, en la vereda La Esperanza de El Carmen de Viboral, fueron asesinados por grupos paramilitares 12 campesinos, entre ellos 3 niños y una mujer; En San Carlos, la disputa del territorio dejó centenares de personas fusiladas y acalladas siendo inocentes. Y podría continuar, la lista de sucesos de este tipo en el Oriente antioqueño es extensa. Muchas de las personas pertenecientes a las comunidades de los municipios mencionados anteriormente, después del suceso de conflicto armado, no querían recordar, lo querían guardar por miedo, por temor y hasta por pena.
Con el paso de los años, el relato individual se convirtió en colectivo. Las personas empezaron a narrar el dolor de sus masacres, torturas y desapariciones forzadas, ocasionadas por diversos grupos armados que operaban en la región.
Las historias se comenzaron a albergar en espacios como el Salón del Nunca Más, en las obras de teatro en la vereda La Esperanza en El Carmen de Viboral y en el Jardín de la Memoria en San Carlos. Estos, y 20 municipios más, han adoptado manifestaciones del ser humano para mostrar los estragos que deja la guerra en un territorio como el nuestro. Es así como mujeres en Sonsón, tejen mientras recuerdan la guerra en el Páramo; en Granada, una niña escribe en una bitácora cuanto extraña a su padre; en otros pueblos, manifiestan lo vivido desde la trova, desde los murales, desde la música, desde las esculturas y cada persona adopta su forma comunicativa y la transforma en aquella palabra a la que algún día le tuvieron miedo, la transforman en memoria.
El arte se convirtió en forma de lucha contra el olvido. Empezaron a entender que para no olvidar hay que escribirlo, cantarlo, gritarlo, danzarlo, representarlo, dibujarlo, tejerlo, contarlo. Así, las personas acudieron a la memoria no para revivir el dolor, acudieron a la memoria como manifestación para no repetir y para seguir caminando hacia lo que algunos llaman utopía.