¿Qué pasa cuando el teatro incluye a los jóvenes rurales sobrevivientes del conflicto armado? ¿Cómo se logra que niños y jóvenes en sectores de vulneración de derechos, logren hacer teatro y contribuyan a escenarios de paz?
Fredy Yhoany Morales Clavijo
Fotos: Stiven Alexánder Quinchía Zuluaga
Voces femeninas más que conciencia, vestidos de lutos al aire, memoria de una masacre olvidada, territorios deshabitados por la guerra. ¿Dónde están los desaparecidos?, y Entre olvidos y memoria. Son algunas de las obras que ha montado el grupo teatro comunitario Alas de Colibrí, que nació en el municipio de San Rafael, Antioquia, en el año 2008, con un grupo de niños, jóvenes y mujeres rurales, dedicados a construir procesos de memoria colectiva a partir del teatro, con un estilo propio, “sus propios cuadros testimoniales por la verdad” que han servido para darle identidad y una mirada renovada al teatro, a la defensa de la vida y la reconstrucción de la memoria colectiva y del tejido social.
El grupo, ha estado acompañado durante estos años bajo la dirección de Fredy Yhoany Morales Clavijo, defensor de la vida y sobreviviente del conflicto armado y con una amplia trayectoria en reconstrucción de procesos de memoria colectiva e histórica, a través del teatro pedagogía para la paz y la transformación social. Son 10 años en los que el teatro Alas de Colibrí ha decidido romper esquemas, pues a diferencia de muchos teatros que han perdurado en el tiempo en la región y en el municipio, el grupo ha construido procesos teatrales que han contribuido a la memoria colectiva y a devolverles la voz a las víctimas sobrevivientes, que han sido silenciadas por el miedo y el dolor que ha dejado la guerra en sus vidas. Siendo más que un grupo de teatro, un espacio para construir un camino posible para la paz y la reconciliación.
Actualmente, el grupo teatral Alas de Colibrí acompaña comunidades de algunos barrios del municipio de San Rafael, con el objetivo de realizar un proceso de empoderamiento individual y colectivo frente a la importancia de la memoria colectiva como único antídoto contra el olvido. Su estrategia pedagógica ha contribuido a recoger los testimonios de vida de las y los sobrevivientes y al fortalecimiento de las víctimas como testigos ciudadanos y ciudadanas, que al encontrar un lugar de escucha, reconocen que ya no se sienten solos y solas.
Concretamente, un equipo de niños, jóvenes y mujeres se encuentran dos veces a la semana para vivir de una manera directa ejercicios técnicos del teatro, donde el cuerpo es un instrumento al servicio del público, permitiendo la empatía, única posibilidad de sentir y entender las emociones de las víctimas. El teatro se ha convertido en un espacio para contemplar y representar la vida.
En palabras de Ofelia Cuervo, sobreviviente de la masacre de los mineros de El Topacio, ocurrida en el año 1988 en el municipio de San Rafael, y quien hace parte del grupo teatral, relata en su testimonio de vida. “El teatro no solo me ha llevado a reflexionar sobre lo que no debe volver a ocurrir en materia de defensa de la vida. El teatro es un espacio para seguir construyendo el camino hacia la paz y hacer posible una vida digna. Durante los encuentros han abundado las historias para contar a partir del teatro y muchas de estas historias nos han movido el alma como colectivo, nos han sacado lágrimas, pero a la vez me ha permitido reconstruirme como persona, haciéndome más fuerte y edificando la historia colectiva, el arte se ha convertido en mi alimento y en las ganas de seguir viviendo para hacer posible procesos de transformación y un camino posible para la anhelada paz”.