Leyendo: Con ocasión al debate del área Metropolitana del Oriente Antioqueño

Con ocasión al debate del área Metropolitana del Oriente Antioqueño

Por: Ronald Mejía*

IG: @ronaldmejiabuitrago

Vivimos en un momento crucial donde cada decisión sobre nuestros territorios —el uso de los recursos, la organización de nuestros barrios, la protección del medio ambiente— impacta directamente nuestra vida diaria. Por ello, es imperativo que los territorios colaboren estrechamente, fomenten la escucha mutua y, sobre todo, presten atención a las voces ciudadanas. A menudo, nos enfrascamos en las formalidades, olvidando la esencia: las personas, que son lo más importante.

La asociación territorial no es solo un concepto técnico: es una forma de aliarnos como comunidades para resolver juntos lo que no podemos resolver por separado. Es pensar el territorio como un todo vivo, donde lo que pasa en un pueblo afecta al de al lado, y donde si nos juntamos, podemos lograr más, es crecer juntos, es estar desarrollados, es generar oportunidades comparativas, competitivas y de desarrollo humano. 

Pero esta unión sólo tiene sentido si la gente participa, si las comunidades están en el centro de las decisiones. No se trata de consultar una vez, sino de construir espacios reales donde se escuchen todas las voces, incluso las que no siempre han sido escuchadas. Cuando las decisiones nacen desde la experiencia de quienes viven el territorio, se toman con más sentido, más justicia y más compromiso; esta posibilidad blinda, inclusive a sus dirigentes frente a responsabilidades futuras. De ahí la importancia de que independiente de la posición política y personal de cada uno de ellos, den la posibilidad de manera democrática que sea el ciudadano de a pie que tome la mejor decisión.

Es fundamental que la ciudadanía tenga el poder de decidir el rumbo de su municipio, porque nadie conoce mejor los problemas —ni las soluciones— que quienes los viven día a día. Pero para que eso funcione, hace falta algo clave: información clara y veraz. No se puede participar con libertad si no se conoce bien de qué se está hablando. Por eso, queremos invitar a cada persona, a cada comunidad a buscar, preguntar, leer, informarse. No para volverse experto en leyes, sino para poder opinar con criterio y decidir con confianza.

Y también es necesario hablar con franqueza a quienes tienen responsabilidades de liderazgo. Liderar no es imponer, ni manipular con miedo o con discursos ideológicos. Liderar es acompañar, explicar con honestidad, abrir espacios de aprendizaje y de diálogo. No se vale usar la desinformación para sembrar confusión o para bloquear procesos colectivos. Si de verdad queremos comunidades más fuertes, necesitamos liderazgos éticos, humildes y comprometidos con el bien común.

En todo esto, las áreas metropolitanas juegan un papel clave. Son lugares donde conviven distintas realidades —rural, urbana, industrial, ambiental— y donde se cruzan muchos intereses. Pero también son una oportunidad para organizarnos mejor, compartir recursos, y construir un bienestar que no deje a nadie atrás. Si se planifican bien y se piensan desde la gente, pueden ser motores de equidad y calidad de vida.

Los orientales tenemos una gran responsabilidad, POR FORTUNA, es el pueblo quien definirá el futuro de la región; POR FORTUNA no será el político de turno que con vanidades y egos decida sobre él, la herramienta del área metropolitana trae eso, una consulta previa a los pueblos que decidan democráticamente si quieren o no pertenecer a ella. Afortunados los pueblos que tienen la posibilidad de hacerlo y equivocados los mandatarios que no permitan la convocatoria respectiva.

Organizarse en asociación, decidir en comunidad, compartir visión entre municipios y confiar en el poder de una ciudadanía informada y activa… es el camino. Un camino que no es fácil, pero que vale la pena, porque pone en el centro lo que realmente importa: la vida digna, el territorio cuidado y el futuro compartido.

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