Por: Jesús Gonzalo Martínez C.*
En algún momento de nuestra existencia nos hallamos frente al imperativo de la abstracción de la realidad que nos circunda para poder sentir el mundo que nos provoca antojo por la magia que en él quisiéramos descubrir. Parece cierto que el contexto socio cultural en el cual estamos inscritos tiene muy pocos pegamentos de nuestras raíces y también muy poco necesita de los fundamentos históricos por los que ha discurrido la sociedad.
Dejarse llevar por el desinterés por los lazos que atan la identidad y por la indiferencia frente a todo asunto de los rasgos que hormaron lo común en la estructura de la sociedad en sus valores y principios, es la postura más fácil y si se quiere también la más práctica en las circunstancias de actitudes, expresiones y comportamientos en un presente con el común denominador de la muy poca importancia que se le da a los paisajes humanos, a los de los entornos estéticos, los amueblamientos simbólicos y los acumulados de las narrativas del orden socio histórico; de pronto, ese desinterés es la vía por la que se ahorran los esfuerzos inútilmente malgastados en una lucha contra la corriente, la vía por la que se ven cruzar los vientos sin que importe de dónde provienen y hacia dónde soplan.
Abstraerse de ese sombrío escenario de indiferencia y en el que nada importa lo que le da sentido y contenido a lo local, suele ser hoy tarea de Quijotes, tal vez a la que muy pocos están dispuestos por la exposición al fracaso, o porque cómodamente se han ubicado en el balcón que les da el privilegio de observar, criticar, destruir desde la habilidad en la labia, enjuiciar, y ello sin caer en riesgo alguno.
Al borde del sombrío abismo al que se ha deslizado el amor por lo local, los rasgos básicos de la identidad y los acumulados de las costumbres y tradiciones como fuentes de singularidades, solo adviene la perplejidad de una realidad habitada muellemente al costo de todo cuanto llegó a tener profundas significaciones y fue motivo de un orgullo no negociable.
Si alguien tenía la esperanza de una manifestación con el poder para contrariar las voces que han proclamado la crisis de la identidad local, para su infortunio no lo fue el recuerdo de los 200 años de independencia absoluta de España como consecuencia de la Batalla de Ayacucho y el lugar que allí alcanzó en los anales de la historia el general José María Córdova, el hijo ilustre de esta tierra. Pudieron faltar más esfuerzos para que llegara a ser una conmemoración con conciencia nacional, pudo faltar mayor interés para haberla vivido con pasión local. Pero, simplemente nos ha puesto los pies sobre la tierra indicándonos que hemos caído en el colmo de la indiferencia, en el colmo de la apatía, en el colmo de la renunciación a cuanto elemento, valor y rasgo que nos daba la prerrogativa de hijos de esta ciudad histórica e ilustre, o simplemente de habitantes de la tierra que esmeradamente cultivaba sus atributos de cuna de la libertad.
La conmemoración de Ayacucho ni conmovió, ni provocó una reflexión sobre la libertad como valor que cimenta todo el andamiaje humano de la sociedad y es fuerza de cohesión de la estructura institucional del Estado. No fue el momento de las expresiones de valoración de la historia como puente trazado sobre los años para orientar el camino del devenir. También la historia ha caído en desuso, por no decir en desgracia vilipendiada por una mentalidad apenas aferrada a un presente real.
Las fuerzas de la resistencia también tienen una oportunidad para el triunfo y el asunto de la colectividad deja de ser dominante cuando habita en la conformidad sin darse la opción de vivir el placer de momentos agitados de magia y surtidos de ventanas por las que se puede apreciar el mundo y la sociedad con otras miradas. Para unos cuantos, no muchos, volver sobre los recuerdos de los años de la independencia de América y de los aportes que a ello hizo esta cara ciudad, fue un acto de resistencia, fue una oportunidad de reflexión sobre los fundamentos en los que se ancló nuestra República de Colombia y la condición de edificadores que en esta tuvieron muchísimos hijos de Rionegro y de Antioquia, particularmente el general José María Córdova, verdadero paladín de la libertad y soldado desde todo punto de vista ejemplar.
A los lectores de este periódico, La Prensa Oriente, a los rionegreros con autorreconocimiento de sus rasgos ancestrales, les confieso que he vivido el recuerdo del Córdova libertador, con pasión patriótica, con profundo amor por esta ciudad en su historia, en la inmensa generosidad de sus atributos y sus rasgos humanos. Tal vez antes me había detenido en el militar y sus glorias, ahora he tenido la oportunidad de conversar con el Córdova en toda su dimensión humana descubriendo en él, la persona, el ser, el hijo, hermano, el amigo de una singular condición espiritual en sensibilidad, honradez, lealtad, el siempre enamorado de esta su tierra y de una fundamentación moral y ética dignas de toda admiración.
Creo que conmigo palpitaron el recuerdo del hombre ilustre en la Sesión Solemne de la Tertulia de la Biblioteca Pública el pasado 9 de diciembre, ciertamente no muchos, algo así como un centenar de personas notables, los que aún no se han dejado atrapar por la red de la indiferencia, los que se han negado al olvido y la autosuficiencia, los que no han escuchado el absoluto de su razón y la soberbia en su actitud frente al saber; en realidad los que se mantienen en la línea de su capacidad para ponerse frente a realidades estrechamente relacionadas con las condiciones de civilidad, responsabilidades ciudadanas y expresiones de la cultura.
Fue un momento de vibración de las páginas de la historia, de contacto mágico con la memoria y de circulación de un lenguaje cercano al Córdova héroe y mártir. El momento de negación al olvido de toda esa riqueza histórica que engalana los pergaminos de esta ciudad.
Nos hemos puesto en deuda y ello nos obliga a redoblar esfuerzos para volver a poner el aviso donde le corresponde por lo que Rionegro ha sido y por lo que aspiramos siga siendo en identidad.
Bibliotecólogo – Biblioteca Pública Baldomero Sanín Cano de Rionegro
*Las opiniones expresadas en esta columna de opinión son de exclusiva responsabilidad de
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