El Tribunal Administrativo de Antioquia admitió una Acción de Cumplimiento interpuesta por el abogado Ramón Alcides Valencia, con la pretensión de que la corona que José María Córdova donó a Rionegro, sea trasladada al municipio de Concepción, argumentando que esa fue la cuna del Héroe de Ayacucho y que esa localidad fue declarada Patrimonio Cultural e Histórico de la Nación en el año 1999, asumiendo que, en cumplimiento de esa ley, la joya pertenece a la Concha.

Pero la intención de que la corona de Córdova sea entregada por Rionegro a Concepción, no es nueva. Cuenta la subsecretaria de Cultura, Patrimonio e Industrias Creativas de Rionegro, Manuela Ocampo Cañas, que en abril de 2020, el mismo jurista presentó a la administración municipal un Derecho de Petición, donde la reclamaba, por el hecho de que el prócer de la independencia nació en la portada de Concepción, el ocho de septiembre de 1799, pero entonces ese territorio hacía parte de Rionegro.
En respuesta a ese Derecho de Petición, la administración de Rionegro anotó que “Es reconfortante para la historia y para la identidad del pueblo antioqueño, que los íconos de la independencia sigan ocupando un lugar de preeminencia en la sociedad y que su carácter simbólico sea reclamado como elemento sustancial de la cultura de los pueblos”, este era el preámbulo a una respuesta negativa a la pretensión.
Pero la idea de condicionar la memoria del prócer José María Córdova al lugar en el que recibió las aguas bautismales, no es propiamente la mejor valoración, ni el homenaje que corresponde al soldado americano, colibertador de la patria y patriota que contribuyó a la formación de las instituciones y sus bases democráticas. Desde 1899, cuando se celebró el primer centenario de su natalicio, se dio por zanjada la discusión sobre su cuna de nacimiento y en 1929, cuando se recordó el centenario de su muerte, los ojos del pueblo colombiano fueron puestos en Rionegro como la pequeña patria del gran general”.
Finalmente, para negar la petición, se transcribió la carta testamentaria con la que Córdova envió la corona a Rionegro. Aunque algunos abogados consideran extraño que el tribunal haya admitido la reciente Acción de Cumplimiento de Ramón Alcides Valencia, la subsecretaria de Cultura afirma que la administración de Rionegro ya presentó a ese despacho la contrademanda, la cual debe ser resuelta en el mes de diciembre, de acuerdo a los términos de ley. “Esta administración ha puesto su mayor interés para estar pendiente de esa demanda y el equipo jurídico está al pie del proceso para defender un patrimonio tan importante para la ciudad”, precisó Ocampo Cañas.
La corona
Después de la Batalla de Ayacucho, en diciembre de 1824, con la cual se selló la independencia de Perú y Bolivia y la coronación misma de la independencia del continente, estando en La Paz, el mariscal Sucre anunció que el Libertador Simón Bolívar se dirigía a ellos procedente de Lima y el ejército patriota marchó en formación con sus jefes al frente: el mariscal Sucre y José María Córdova.
La caravana terminó en la plaza principal donde había un solio con tres asientos: uno para Bolívar, que se ubicó en el centro, y otros para Sucre y Córdova. Un sacerdote coronó a Simón Bolívar con un laurel de oro, recamado de piedras preciosas. Pero Bolívar les dijo que “no es a mí, señores, a quien es debida la corona de la victoria, sino al general que dio la libertad al Perú en el campo de Ayacucho”, según reseña la biografía de Córdova escrita por Jaime Arismendy Díaz.
El general Bolívar agradeció a la mítica segunda División del Ejército de Colombia, que formaba en la plaza y le entregó la corona a Sucre. Pero el mariscal tampoco recibió el honor y le donó el ornamento a Córdova por considerarlo el hombre clave de Ayacucho, con las palabras que envalentonaron su división: “armas a discreción, paso de vencedores”.
La joya, según la biografía de Córdova, escrita por Pilar Moreno de Ángel, fue elaborada por un orfebre anónimo que se sometió enteramente al gusto de la época napoleónica, recurriendo a los símbolos usuales para galardonar a los vencedores: oro, diamantes y laureles.
Consta de un cinturón central de 23 milímetros de ancho por un milímetro de espesor, en donde se tejen 24 hojas de laurel y 13 hojas de palma en oro de 18 kilates, con 20 entorchados en hilos de oro, siete florecillas de plata y cinco chispitas de diamante, que pesa unos 554 gramos.
La corona permanece en el Museo de Arte de Rionegro, localizado en el sótano de la Plaza de la Libertad, donde puede ser apreciada por propios y visitantes, de acuerdo con la invitación que reiteradamente hace la Subsecretaria de Cultura Manuela Ocampo. El Museo se abre al público de 10 de la mañana a siete de la noche, todos los días, incluyendo sábados y domingos, con guías que cuentan la historia y la entrada es libre.
Carta testamentaria
En la biografía de Córdova escrita por Pilar Moreno de Ángel, se anota que Córdova tampoco se quedó con la guirnalda y en una carta fechada el 10 de septiembre de 1825, desde La Paz y dirigida a la municipalidad de Rionegro, el prócer escribió:
“A la muy ilustre municipalidad de Rionegro. Ilustrísimo señor. Al dirigirme a Vuestra Señoría Ilustrísima con el más digno objeto de mi carrera, mi corazón palpita de gozo. El Libertador de Colombia y del Perú ha colocado sobre mi cabeza la corona cívica que con los más vivos sentimientos de amor patrio remito a Vuestra Señoría Ilustrísima, para que este monumento de la generosidad del Libertador y de mi gratitud a mi patria lo haga Vuestra Señoría Ilustrísima depositar en la sala de sus despachos. Yo no hubiera sido capaz de recibir este honor sagrado sobre mi cabeza, porque no lo merezco, si no se me hubiera puesto como el jefe de los 2000 bravos que arrollaron 6.000 de los vencedores en 14 años, porque cada valiente de aquellos es digno de tamaña recompensa. Ya que he tenido la dicha de ser escogido por su Excelencia el Libertador para recibir la corona del triunfo de la segunda División de Colombia, ¿en qué lugar más digno deberé colocarla que en la sala capitular de la ciudad en que nací?
Así, estos momentos son para mí el colmo de la dicha y del placer. Yo suplico a Vuestra Señoría Ilustrísima reciba este homenaje que le presento con la más benigna intención, el que por su valor moral hará después de esta generación honor a las virtudes y patriotismo de ese pueblo adorado de mi alma.
Soy de Vuestra Señoría Ilustrísima, con la más alta consideración, su muy atento servidor.”
Cuenta la historiadora que, tras expresar su voluntad, la guirnalda fue llevada a Rionegro por el capitán Nicolás Caicedo, hecho que generó fiestas y jolgorio a su llegada en enero de 1826 y que fue recibida por el Alcalde Juan Crisóstomo Córdova, familiar del Héroe, quien la guardaba en su casa.
Aunque no se sabe dónde puede estar el original de la carta, varios historiadores coinciden en el mismo texto, por lo cual la Subsecretaria de Cultura de Rionegro concluye que no cabe duda de que Córdova consideraba a la ciudad como su patria chica, teniendo en cuenta que cuando nació, Concepción era una vereda de esta municipalidad.
Está en manos entonces del Tribunal Administrativo de Antioquia, fallar sobre la Acción de Cumplimiento que admitió.
El simbolismo de la corona de Córdova
El bibliotecólogo e historiador Jesús Gonzalo Martínez Cardona, compartió para La Prensa Oriente, algunas reflexiones sobre lo que es el valor histórico y patrimonial de la corona de José María Córdova:
¿Una obra de orfebrería? No, es un símbolo de autonomía de los pueblos hispanoamericanos.
¿Una joya de oro y piedras preciosas? No. Es el corazón del prócer José María Córdova derramando una infinita corriente de amor sobre su tierra natal.
¿Una pieza patrimonial? No. Es un auténtico emblema de libertad revestido del toque mágico de las manos de tres libertadores, los sublimes generalísimos Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios, Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá, el “Gran Mariscal de Ayacucho”, y José María Córdova Muñoz, el “Mártir colombiano”.
¿Una pieza museológica? No. Es la memoria de un momento de la historia nacional, en el cual, al morir el viejo régimen de la colonia, la euforia del triunfo en Ayacucho diera lugar a que los soldados triunfantes, gestores de un nuevo orden social, estamparan sus heroicas huellas sobre el laurel de oro, para ser custodiadas, como pálpitos de libertad, por las más finas piedras preciosas, emulación de un superior deber de la descendiente generación, del cultivo del honor y gloria de esos fundadores de la patria.
El precioso laurel, puesto solo sobre las sienes de los héroes, es herencia de la gracia de la que han de disfrutar los hombres y los pueblos en su sabio uso de los valores y los atributos de la libertad y es el pacto al que han de obedecer: de acatarla y defenderla como fundamento de la soberanía de los pueblos y del ordenamiento social.
Es la síntesis, en el lenguaje comprensible a todo hombre en el amplio universo de las lenguas, de una ardua lucha inspirada en el anhelo de poder construir un mundo con preceptos de autodeterminación y relaciones de igualdad, justicia y libertad.
La Corona Cívica, heredad perpetua de un hijo a su patria, es fuerza de la historia en permanente pálpito; es la energía transmitida a la libertad, como valor y principio, en constante actividad, movilizada por las ideas, experimentada en la práctica de las funciones del Estado, la conducta de los pueblos y el relacionamiento ciudadano.
¿Es acaso materia? No. Es detonadora de imaginación, provocadora de recuerdos, es un tiempo del pasado siempre puesto en relación de presente; es la presencia inmaterial de lo que tuvo forma, de lo que marcó un momento de la historia. Es la representación de un hecho, un momento y unos personajes. Es el signo de una hazaña, una gloria y de una conquista.
¿Es una obra de exhibición? No. Es un pacto de lealtad con los atributos de la gloria, de compromiso con los principios fundantes de la patria, de respeto a los anales de la historia.
¿Es elemento de identidad? No. Es la siempre presencia de la magnanimidad del Prócer Libertador, es el eco de su voz: “De frente. Paso de vencedores”, alentando a los pueblos por los caminos de progreso; es su voz de mando recordando el deber de la gratitud con los conquistadores de la libertad.
¿Es valor tasado en pesos? No. Es el tributo ofrendado por el generalísimo José María Córdoba a Rionegro, como proyección de su incondicional amor por esta tierra: “el que por su valor moral hará después de esta generación honor a las virtudes y patriotismo de ese pueblo adorado de mi alma”.
Es necedad hacer interpretaciones de titularidad y pertenencia a la luz de los nuevos tiempos, pues la Corona Cívica es una gloriosa página de la historia que solo pertenece a los anales en que en su momento fue colocada.