Este artículo es un homenaje a un ser humano que quiso hacer el bien en la tierra. La persona que aparece en las fotografías es su hermano menor, quien también padece de la misma enfermedad y quien va a visitarlo todos los días donde pudo vivir la eucaristía cuando Dios se lo permitió en la tierra.
Willington Giraldo Ocampo
Comunicación Social UCO, Wili420@hotmail.com
Son las 5:00 am y don Fabio Gómez está abriendo el templo y disponiendo los utensilios para la celebración sacrosanta que habitualmente se suele hacer a las 6:00am.
––Buen día, señora María; buen día, señor Nelson; buen día, Margarita… ––es así como va saludando a cada uno de los que llegan al lugar sagrado, para rendir en primer lugar homenaje a la Madre de Dios, donde posteriormente se celebra la Eucaristía matutina.
Hay algo que conmueve a Fabio todas las mañanas al abrir el templo: la forma en la que llega un niño (niño de 29 años, pero que su condición de retardo psicomotor lo hace ver inocente) donde sus pasos van seguros y con cuidado cruza cada calle sin que se le arruine el día de ir a recibir aquella materia donde la transubstanciación y la epíclesis juegan un papel importante. Su manera de caminar es la semejanza con la calma y persistencia que Jesús cargando una cruz trataba de no caer en los arraigados pisos. Aquel niño de silencio absoluto rompía su mutismo para avisarle a cada conocido que se encontraba en la calle, que él iba para misa. Sería una de las frases por lo cual sería reconocido. “Voy para misa y voy a rezar por usted”, como si se tratara de un cuestionamiento hacia quienes no veían en la acción de gracias una forma de salvar su alma y no sucumbir en la gehena eterna.
–– Hola, Brayitan ––le dice don Fabio con pronta cercanía. Él, sin perder el ánimo y las ganas del encuentro con su mejor amigo, le hace un breve saludo, donde no hace falta las palabras para saber que su alma está llena de aquel Dios que invoca día y noche.
Brahian, el Niño de la Iglesia, como comúnmente se le conoce en su barrio, ha sido todo un personaje y un símbolo para esta comunidad parroquial del Sagrado Corazón de Jesús. Símbolo, porque es la muestra de un alma llena de Dios y de querer saciarse de aquel magnífico manjar que proviene de las manos del sacerdote cuando se posan en el altar por medio de las oraciones consagratorias.
Sale el sacerdote desde su sacristía y el primero en ponerse en pie es Brahian, quien con suma reverencia se presta como inmolación, acompañado del mismo Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, donde la relación en lo espiritual se efectúa de gran manera que se absorbe hasta la mínima penumbra. En sus ojos se nota lo que se vive en estos momentos, en sus ojos se ve que disfruta y comparte de manera particular cada palabra, cada frase que de boca del clérigo va saliendo. No es simplemente la escucha, sino su forma de expiación por los pecados que ni siquiera él ha cometido; por el contrario, lo hace como forma de querer limpiar cada acto soberbio que el hombre ha puesto en la tierra desde un principio.
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El Niño de la Iglesia, luego de sus horas en el lugar sagrado, se percata de que existen muchas posibilidades de seguir adorando a un Dios que lo ha puesto en lugares exactos para beneficios de quienes lo conocen y lo aman de verdad. Su familia ha sido la posibilidad de que se sienta bien en el viaje que Dios le encomendó en su hora de llegada a la tierra. Su madre ha sido la fortaleza necesaria para seguir construyendo un mejor futuro en la cruda realidad de una sociedad que cuenta con pocos procesos de educación para saber relacionarse con este tipo de problemáticas. Gloria, quien ha sido la que día a día se esmera por tener la capacidad de integrarlo y darle una dignidad humana, donde su mayor propósito es amarlo y seguir relacionándolo con la bendición más grande que ha podido tener, es así como ella lo expresa.
Sin duda alguna, una de las pruebas más grandes para Brahian ha sido la que Dios le impuso cuando llegó la pandemia del Covid-19, en la cual se contagió, ocasionándole una problemática aún mayor a su discapacidad. Sus pulmones comenzaron a fallar, hasta que una tarde su madre viéndolo tan desorientado por su falta de ánimos, se vio en la tarea de desplazarlo al centro de salud más cercano.
Fueron muchos los días que pasó internado con oxígeno. En sus días en cama, nunca dejó de vivir la Eucaristía como cuando lo hacía en la Iglesia, siempre su mayor deseo fue de amar a Dios en su lecho de enfermedad. Siendo esto más emotivo, pidió con mucha necesidad la comunión y los santos óleos, los cuales no fueron posibles por las rigurosas normas que había en ese entonces.
El 23 de junio de 2020 se complicó la situación. Sus pulmones cada vez iban perdiendo aquella capacidad de contener un aliento de vida. Los médicos se vieron en la penosa tarea de empezar a entubarlo, por lo que la anestesia no cedía. Tuvieron que verse obligados a hacer el procedimiento a sangre fría. “Mami, mami” era lo único que se le escuchaba gemir. Los médicos, uno por uno, salían llorando de aquel cubículo, porque ya lo habían conocido y le tenían un gran cariño a la hora en la que ellos pasaban a darle ronda en su hospitalización. Se cuestionaban entre sí cómo un niño tan santo pudiera pasar por semejante atrocidad. No era solo un cuestionamiento que se hacían los médicos, sino que también era una pregunta que se hacían todas las personas que compartieron y vivieron con él.
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El Covid-19 acabó con la vida de alguien que en su momento fue un niño apasionado por lo que amaba y por lo que creía. No es solamente hablar de una hazaña lograda por su tenacidad y las situaciones que le tocó vivir; es hablar de aquello que impresionó a casi toda una comunidad y fue su forma de haber amado algo que nunca pudo ver, y de sentir aquello que experimentaba cada día desde sus recorridos hasta su hora de llegada a la Iglesia. Su madre lo despide con dolor, pero con la cierta seguridad que más que un humano, fue un ángel que su mismo Creador mandó para dar las lecciones del cómo se debe tratar a una persona con capacidades diferentes, y donde como sociedad, seguir cuestionarnos, pero más que eso, seguir buscando alternativas que ayuden a entender que los procesos dinámicos son diferentes, pero que el respeto es primordial en cada uno de ellos.