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La esperanza que no se extingue: familia busca sus seres queridos

Luz Miriam Gallego García lleva 22 años esperando. Cada día, desde aquel 18 de mayo de 2003, ha vivido con la incertidumbre de no saber qué pasó con su esposo, Jaiber Antonio Vergara Soto, ni con los demás hombres de su familia que desaparecieron en su vereda de San Francisco en la zona de Bosques del Oriente antioqueño. Hoy, gracias al trabajo de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), esa esperanza de encontrar respuestas se ha reavivado.

Ellos eran agricultores. Ese día estaban cogiendo una caña para picarle a unas bestias para irnos a jugar a una cancha porque nosotros todos los domingos nos íbamos a jugar y entonces nos íbamos en mulas ensilladas”, relata.

Luz Miriam recuerda con dolor los detalles de aquel domingo. Su esposo, su padrastro, José Nicolás Daza Castaño, y el marido de su hermana, Rogelio Daza Castaño, fueron sacados de su casa por un grupo de hombres que los tildaron de guerrilleros. Minutos después, el lugar se llenó de soldados. Un motosierrista que trabajaba cerca llegó golpeado y les advirtió:

No esperen a los muchachos, los van a matar». Poco después, escucharon disparos. Nunca más volvieron a verlos.

Nos mostraron tres cuerpos envueltos en plásticos, pero no pudimos confirmar si eran ellos. Desde entonces, no hemos parado de buscar», relata Luz Miriam, mientras sostiene con fuerza una foto desgastada por el tiempo.

La ciencia al servicio de la verdad

En el cementerio de Rionegro, un equipo forense liderado por la antropóloga María Camila López Restrepo trabaja contra reloj. En la tercera fase de intervención, buscan recuperar e identificar 30 cuerpos en distintas bóvedas.

Cada hallazgo es un paso hacia la verdad», explica López Restrepo.

El proceso es meticuloso: extraen los restos, los documentan, limpian y analizan. Luego, son enviados al Instituto Nacional de Medicina Legal para su identificación.

El acompañamiento de las familias es fundamental. Su presencia nos ayuda a orientar las posibles identidades y, sobre todo, a humanizar este trabajo», agrega.

Sore la presencia de los familiares dice, que

permite orientar mejor las posibles identidades de los cuerpos y obtener información adicional que puede agilizar el proceso de identificación. Es esperanzador y reconfortante saber que, al estar aquí, no solo estamos haciendo un trabajo técnico, sino también ayudando a ponerle rostro a quienes se buscan.”

Sabemos que este proceso es doloroso, pero también es la oportunidad de cerrar una etapa, de brindar respuestas concretas”, agrega.

Reconoce las dificultades, factores que pueden retrasar el proceso.

Por ejemplo, el estado de los cuerpos y de los contenedores: algunos están bien conservados, lo que facilita su recuperación; otros, en cambio, están muy deteriorados, húmedos o dañados, lo que exige un trabajo más minucioso y cuidadoso para preservar los hallazgos. También influye la ubicación de las bóvedas dentro del pabellón: no es lo mismo intervenir las que están en la parte baja que aquellas que requieren andamios y medidas adicionales para garantizar la seguridad durante la recuperación.”

Respeto y sensibilidad

Desde lo personal y profesional, -dice María Camila- saber que estamos brindando respuestas reconforta profundamente. Es gratificante aportar, desde nuestra profesión, a aliviar el sufrimiento en un país que enfrenta un número tan alto de personas desaparecidas, lo que ha causado un dolor prolongado y constante en las familias.

Para nosotros es muy valioso saber que estamos contribuyendo a aliviar ese dolor, acompañando la búsqueda humanitaria. Este proceso de intervención ha sido posible gracias a la insistencia de familiares y organizaciones que han exigido respuestas. Como Estado, hoy estamos aquí para brindar esas respuestas que merecen y necesitan.”

La presencia de las familias es fundamental, ayuda a identificar posibles identidades.

El puente entre las familias y la esperanza

Leisdidiana Valencia Gómez, investigadora de la UBPD, ha sido el enlace clave en este caso. En febrero, Luz Miriam y su familia contactaron a la Unidad tras enterarse de las exhumaciones en Rionegro.

Identificamos que sus casos coincidían con registros documentales del municipio, como necropsias y actas de defunción», explica Valencia.

En marzo, tomaron muestras de ADN a la familia para cotejarlas con los cuerpos recuperados. Tres de ellos podrían ser sus seres queridos.

Ahora estamos a la espera de los resultados genéticos. Puede ser el final de una búsqueda de décadas», señala la funcionaria de la UBPD.

El dolor que no cesa, pero tampoco la esperanza

La desaparición forzada es un crimen que no termina. Para las familias, la incertidumbre es una herida abierta.

Uno no puede hacer el duelo hasta que no tiene un cuerpo», dice Luz Miriam. Pero hoy, por primera vez en años, siente que están cerca. «Si son ellos, por fin podremos darles un adiós digno».

Su historia no es única. En la misma vereda, otras familias han encontrado a sus seres queridos gracias a la UBPD.

A una amiga ya le entregaron los restos de su esposo. Eso me da esperanza», comparte.

Colombia tiene más de 100.000 desaparecidos, según cifras oficiales. La UBPD, creada tras el Acuerdo de Paz, es una luz para quienes llevan años en la oscuridad.

«Este trabajo no solo es técnico, es humano. Cada identificación es un rostro recuperado, una historia cerrada», reflexiona la antropóloga María Camila López Restrepo.

Para Luz Miriam, el camino ha sido largo, pero no pierde la fe. «Hasta que no los vea, no me rendiré». Mientras espera los resultados, su voz se quiebra: «Solo quiero saber dónde están. Para poder descansar, y que ellos también descansen en paz».

En un país marcado por el conflicto, la búsqueda de los desaparecidos es un acto de resistencia. Las familias, los forenses y los investigadores tejen una red de esperanza, donde la ciencia y la memoria se unen para vencer al olvido. Como dice Luz Miriam: «Mientras haya alguien que los recuerde, no estarán perdidos».

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