Por: Erney Montoya Gallego
E:mail: luiserneymg@gmail.com
A raíz del artículo de opinión, de mi autoría, Ecodesarrollo: ¿de qué estamos hablando?, publicado por el periódico La Prensa Oriente, he recibido varios comentarios de agentes o actores del desarrollo subregional que expresan la complejidad de lo que viene ocurriendo en el Oriente Antioqueño en materia de propuestas de planificación del territorio. Algunos dicen que no se debe caer en acciones “de arriba hacia abajo”, otros expresan que es necesario un acuerdo en cuanto al modelo y la denominación. Por allí dicen que al menos la institucionalidad y el sector privado están tratando de unirse; por allá, que están cerrando la puerta a otros actores del territorio.
Coincido en que es un momento y una realidad compleja. Por ello, el análisis no es sencillo ni puede hacerse desde una sola disciplina ni a partir de una sola dimensión o un solo factor. Presento este artículo tratando de entender la situación, para al menos proponer una opinión, una visión, ideas que ayuden a alguna lectura de la situación.
Se infiere que agentes o actores del desarrollo están tratando de construir una propuesta de planificación del territorio desde adentro, pero que no necesariamente eso corresponde a un modelo de desarrollo endógeno. Es posible que la idea sea dar curso al proceso de descentralización, que implica la autonomía territorial, y tratar de cambiar la lógica exógena que ha predominado en los proyectos de planificación territorial en la subregión, y qué tantos debates y estudios críticos han desatado.
Ahora, un asunto es la descentralización y otro es la desconcentración del poder en la toma de las decisiones. Deben ir de la mano. Deben nutrirse el uno al otro. La descentralización debe enriquecerse con la desconcentración, y esta no es posible sin aquella. ¿De qué sirve la autonomía territorial, si luego se busca limitarla por medio de procesos concentradores o esquemas recentralizadores?
Hagamos una breve retrospectiva del proceso de descentralización en nuestro país y en América Latina, pero en relación con un enfoque de crecimiento económico predominante a partir de la materialización de la descentralización político-administrativa; es decir, la perspectiva del desarrollo local.
La descentralización fue impulsada por la reforma del Estado de los años noventa, que dio como resultado el sistema de democracia liberal (o democracia en un contexto de libre mercado). Desde una perspectiva societal, se abogó por un modelo que promoviera a la sociedad civil como el nuevo y plural agente responsable de propiciar los procesos de cambio, de crecimiento y de construcción de territorio. Es decir, esta función deja de ser exclusiva del Estado y los partidos. Ahora, ¿qué es la sociedad civil? “Somos todos nosotros y no ya un agente único”, explica Sergio Boisier, economista chileno, en varias de sus publicaciones.
Sin embargo, el proceso de descentralización, en un contexto de intereses y medidas neoliberales, ha venido cayendo en manos del sector privado de la economía. Es decir, “nuevos” agentes decisores que parecen tener intereses concentradores más que descentralizadores. ¿Es lo que está pasando en el Oriente Antioqueño?
Aunque el proceso de descentralización no es resultado exclusivamente de los intereses de agentes económicos, porque también tuvieron una clara incidencia agentes políticos y actores sociales, hay que decir que la Organización para la Cooperación al Desarrollo Económico (OCDE) influyó fuertemente para que los países de América Latina iniciaran ese cambio para abandonar el centralismo y dieran el paso a la descentralización. Varios analistas consideran que, más que razones políticas o sociales, el organismo tenía intereses económicos, como la superación de la crisis de la producción de los años setenta y ochenta.
Para organismos multilaterales, la descentralización político-administrativa era necesaria para lograr dar el paso al modelo de producción flexible (que también se identifica como producción deslocalizada o posfordista). Dicho sea de paso, este modelo de producción es el fundamento económico del denominado desarrollo local, que ha dado lugar a la creación de redes de empresas, clústers de producción y diversos entramados institucionales, llamado desde el desarrollo local como capital social y empresarial. Por el origen de este enfoque, la lógica de esta idea de desarrollo se puede interpretar como global-local.
Lo anterior lleva a que los espacios locales se conviertan, poco a poco, “en los nuevos actores de la competencia internacional por capital, por tecnología y por mercados”, como lo explica Boisier en varios artículos. Esta forma de descentralización no sólo les permitió a los municipios y regiones ganar ciertos niveles de autonomía, sino que también le abrió las puertas a los mercados globales e inversionistas internacionales para acceder de forma más directa con sus intereses a los territorios.
Pero, a pesar de la descentralización y de los aparentes niveles de autonomía ganados por los municipios, los niveles de concentración del poder parecen haber pasado de la escala nacional, muy a su pesar, a ciertas escalas regionales y locales. Pero, ya se dijo, la descentralización y la desconcentración del poder en la toma de las decisiones que comprometen la construcción del futuro de los territorios deben ser paralelos y complementarios.
Lo anterior exige que los modelos y procesos de planificación del territorio correspondan a la sociedad civil en pleno. Deben ser procesos societales, plurales y participativos. De lo contrario serían iniciativas fragmentarias, sectorizadas, legitimadas solamente por una parte de la sociedad que logra agenciar la capacidad de poder que le cede el proceso de descentralización. Pero, nuevamente, el desarrollo y la planificación territorial no son un mero asunto de descentralización, sino también de desconcentración del poder.
Un valor fundamental que le otorga la desconcentración del poder a los procesos de planificación del desarrollo territorial es la solidaridad, Es un valor basado en el reconocimiento, el entendimiento y la cooperación con “el otro”; es un principio opuesto al de individualismo que impone el pensamiento neoliberal. Por tanto, hay que propiciar el encuentro, escenario ideal para el diálogo; este, a su vez, posibilita el reconocimiento y abre mayores probabilidades para el entendimiento. Encuentro, diálogo, reconocimiento y entendimiento son la base para la cooperación.
Pero no es cerrando las puertas al diálogo que se podrá construir una propuesta de futuro. Me apoyo nuevamente en Boisier: “será necesario fortalecer las dinámicas de la conversación social (…) El paso desde la conversación a la acción consistirá entonces en la preparación y ejecución de un proyecto político de cambio para el territorio en cuestión”.
* Docente universitario.