Por María Isabel Gómez David
@migomezda
Durante una misión de trabajo en Estados Unidos, no solo tuve la oportunidad de aprender sobre innovación y tecnología, sino también de encontrarme con una de las realidades más complejas que enfrentan nuestros países latinoamericanos: la experiencia del inmigrante. A través de los testimonios de personas como Inmacula, Jean-Claude, Asnel, Geraldine y Elvis, conocí historias que muestran el lado humano de la migración, una mezcla de sueños y sacrificios.
Inmacula, madre haitiana, dejó a sus dos hijos en su país natal para buscar un futuro mejor en Estados Unidos. Con nostalgia, me relató cómo acostumbraba recibir a sus hijos cuando llegaban del colegio. Hoy, trabaja largas jornadas para enviarles el dinero que necesitan para vivir dignamente. Geraldine y Elvis, una pareja venezolana, enfrentaron los peligros de la selva del Darién y el temido tramo conocido como «La Finca» en Nicaragua. Hace más de un año partieron en busca de mejores oportunidades, dejando a sus hijos al cuidado de sus familiares. Ahora, aguardan la decisión de su estatus migratorio en Estados Unidos, con la esperanza de poder pedir pronto a sus hijos.
El fenómeno migratorio es mucho más que una estadística; detrás de cada persona hay sueños, familias y esperanzas. Cada uno lleva consigo una historia de lucha y sacrificio, habiendo dejado atrás todo lo conocido para construir un futuro mejor en tierras desconocidas. Los inmigrantes comprenden el amor desde el desapego y la distancia, poniendo en pausa sus vidas mientras esperan reencontrarse con sus seres queridos, ya sea volviendo a su país o logrando que sus familias lleguen a Estados Unidos. Son los valientes del hogar, que mes a mes envían dinero para sostener económicamente a quienes más aman.
Los inmigrantes comparten un sueño común: encontrar mejores oportunidades para ellos y sus familias. Algunos, como Geraldine y Elvis, han cruzado hasta siete países en su travesía hacia Estados Unidos. Otros, como Inmacula, Jean Claude y Asnel, han atravesado 14 naciones en busca de un nuevo comienzo.
Lo más impactante es que muchos de ellos jamás habrían pensado dejar su hogar si no fuera por las difíciles condiciones económicas, sociales y políticas que enfrentan en sus países. La acumulación de injusticia y desigualdad ha empujado a miles de personas a tomar la dolorosa decisión de emigrar.
Esta movilidad acentúa más las profundas desigualdades que persisten en países como Haití y Venezuela, donde la falta de oportunidades ha forzado a miles de personas a aventurarse en lo desconocido buscando nuevas vidas en el extranjero. La separación familiar, la pérdida de vínculos afectivos y la incertidumbre sobre el futuro son algunas de las dolorosas consecuencias de la migración.
Según datos del PNUD y la CEPAL, en 2023 Haití ocupaba el puesto 158 de 193 en el Índice de Desarrollo Humano (IDH), con un ingreso per cápita de apenas 1.693 dólares, una cifra 9,5 veces menor que el promedio de América Latina y el Caribe, que se sitúa en 16.048 dólares. Venezuela, en comparación, ocupaba el puesto 120 con un ingreso per cápita de 3.659 dólares.
Este fenómeno nos obliga a reflexionar sobre nuestro rol en esta compleja realidad. Comprender su magnitud global requiere un análisis profundo y, como sociedad, debemos cuestionar si nuestras políticas responden adecuadamente a esta crisis humana. Cada uno de nosotros, desde nuestras decisiones cotidianas hasta nuestras responsabilidades como votantes, tiene el poder de influir en las políticas migratorias y exigir reformas que prioricen el desarrollo humano, el fortalecimiento institucional y una cooperación internacional más efectiva. ¿Qué medidas concretas estamos dispuestos a tomar para que las historias de lucha y sacrificio de los migrantes no queden al margen del debate global?