Por: Jesús Gonzalo Martínez C.*
¡Córdova vive!, su memoria es presencia de la historia de una Colombia que parece detenida en los tiempos de su nacimiento como república en la compleja profusión de lo deseado y lo adverso, lo propuesto y lo errado en el camino emprendido, el ideal de una sociedad libre, justa y en condiciones de igualdad legal y los opuestos de las profundas inequidades y exclusiones sociales, las privaciones en numerosos segmentos de la población de los mínimos medios, oportunidades y recursos para el ejercicio de una vida digna fraguada entre esfuerzos, ideales, laboriosidad, emprendimientos y estados ideales de complacencia en el existir.
El Libertador-Mártir al llegar al ideal estado en su carácter patriótico, concibió la idea de la paz como el fundamento de la plenitud de la patria en su existencia en los campos de la libertad y en el escenario de la armonía y el progreso; fueron las pasiones desfiguradas en el valor de lo humano en sus congéneres y los vicios infiltrados en las nacientes instituciones, los dos factores que señalaron que aquella idea no sería fácil de alcanzar en el devenir de la construcción de una gran nación. Así, la Colombia que soñó el prócer como negación de la sangre derramada para lograr su configuración como patria libre, no ha dejado de ser la que llora la sangre que corre en sacrificio fratricida, ni las pasiones que degradan el carácter de lo humano lo han dejado de ser los vicios que indeterminadamente pululan en la sociedad e insaciablemente se expresan en malestares, incertidumbres, desentendimientos, roces sociales, negaciones de los elementos de la nacionalidad y conflictos que han cruzado uno y otro momento como constante en el curso histórico en la vida de la patria; tampoco ha dejado de ser la Colombia fragmentada, la de la intolerante sociedad que rabia con distinciones de género, de clase, de ideas, creencias, de vocaciones, de región, de poder, de privilegios, de rasgos y abolengos.
La Colombia de los libertadores forjada en el conflicto y la violencia como consecuencia del poco entendimiento en las diferencias en las ideas y la política, es hoy la Colombia amarga de Germán Castro Caicedo, la de violencia en sus diferentes formas que históricamente ha transitado movida por intereses de diversa índole y bajo la motivación de sectores de la sociedad que en ello afirman fortalezas para la prevalencia de sus condiciones en estructuras de poder y condiciones de subyugación de las grandes mayorías, de esas inmersas en una condición de masa y marginalidad social.
Córdova ocupa un lugar de privilegio en la narrativa de la historia de la guerra de la independencia y su nombre trascendió por su actitud de arrojo en los campos de batalla. Ayacucho le dio su sello como héroe y le dio el merecimiento de soldado que nunca se vio claudicar en su valor, el que fue mayor cuando le correspondió enfrentarse a la adversidad, o cuando las voces de mando presintieron la inminencia de la derrota. Pero tras ese telón de la espada empuñada con firmeza y decisión en la batalla y del soldado de mando inflexible en disciplina, existió un hombre sensible en su carácter en lo humano y en todo el conjunto de elementos, factores y circunstancias desde los cuales se inició la configuración de esta patria.
Navegó con sus ideales de gloria y libertad sobre las fragosas tierras a las que se dio firmeza en el paso a paso de la campaña libertadora; y alcanzado el ideal trazado de expulsar el ejército peninsular y de destruir el poder de la tiranía, presenció el surgir de unas formas sociales conducidas por los mismos vicios y pasiones del régimen extinguido y en su ser nació la angustia, afloró el rebelde y despertó el líder que se había impuesto límites y barreras como condición de su observancia de los esenciales valores del soldado: lealtad, obediencia y honor.
El primer escenario en la vida de Córdova fue el de la conquista de la gloria que campeaba en la batalla, de allí la estructura magistral de las biografías logradas por historiadores y los estudiosos de la materia; pero su segundo escenario fue el del drama del ideal de libertad truncado, el de la frustración del sueño del nuevo orden y por ello su carácter de soldado hasta entonces imbatible en el combate, se transformó en el del hombre al que correspondió debatirse en angustia, rebeldía y liderazgo en una causa en contravía con los fines e intereses de aquellos a cuyo y bajo cuyas órdenes había conquistado reconocimiento, respeto y gloria.
En su segundo escenario se enfrentó a muy diferentes condiciones y en un campo de variables circunstancias, pero su liderazgo lentamente lo fue introduciendo por la senda de un camino sin retorno: “Colombianos: arrojad sobre el porvenir una mirada de horror, y avergonzaos de la suerte degradante que os espera. Si hay alguno en Colombia nacido para ser esclavo, doble la rodilla delante del tirano. Mas, vosotros hijos de la libertad recordad los días de gloria. Un poder formidable os dominaba, y combates, ríos de sangre inundaron la tierra, y el monstruo de la tiranía cayo destrozado al golpe de vuestros aceros. ¡Y de sus escombros el general Bolívar intenta hoy levantar al despotismo un trono nuevo! ¡Qué temeridad! ¡Qué atrevimiento!”
El texto hace parte de los Conversatorios de historia en el año del bicentenario de la Batalla de Ayacucho.
* Bibliotecólogo – Biblioteca Pública Baldomero Sanín Cano de Rionegro
*Las opiniones expresadas en esta columna de opinión son de exclusiva responsabilidad desu autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de La Prensa Oriente.