Por: Diego Alejandro Macía Tabares
Corrían los años 90s cuando yo entraba en la adolescencia, entre pobreza, juegos de barrio, música “metalica” (nombre que se le daba al rock en la época), noticias del narcotráfico, apagones por falta de electricidad, perubólica (tv por cable, con parabólica comunitaria), malos presidentes (cuestión que no ha cambiado), desempleo generalizado, una selección Colombia de fútbol que nos hacían creer ganadora; como pueden ver, era un nuevo joven sin muchas esperanzas de salir “adelante” a no ser que encontrara trabajo en una fábrica, me fuera a vivir a Estados Unidos o me casara “bien casado”.
En todo este entramado había algo que en la época no comprendía muy bien, pero que estaba ahí latente en la mente de todas las personas que conocía, era esa guerra que se vivía en Colombia entre diferentes actores; llámense, guerrillas, paramilitares, fuerzas del estado, narcotraficantes, delincuencia común; pero que era algo por allá lejos que no parecía tocarme a mí, ni al municipio donde yo residía, quizás por ignorancia o por falta de medios de comunicación.
Recuerdo como si fuera ayer, que en Rionegro empezaron a aparecer muertos todos los días, un día de camino al colegio, no olvido que había 9 carteles de funeraria en la catedral del municipio, de jóvenes muertos la noche anterior, era algo que, en una sociedad medio civilizada sería inaceptable, pero que se justificaba con frases que hicieron carrera en el lenguaje popular como, por ejemplo: “algo debía” “buen muerto” “quien sabe que hizo” “sí lo mataron, no fue por bueno” “Están en limpieza social” una sociedad que por lo menos se le podía caracterizar de enferma. Pero que en el fondo no comprendía que empezaron a trabajar las “Convivir” con la venia del entonces gobernador de Antioquia.
Para el año 2002 ya eran muchos los muertos en el municipio de Rionegro, pero con una característica, esa guerra no había tocado a mi puerta. Hasta ese día de abril, el 04/04/2002 una fecha que me marcaría para toda la vida, los paramilitares alias Jairo y alias Camilo del bloque Metro, habían asesinado a mi Hermano David Mauricio Macía y a mi amigo Juan David Gallego. La causa, porque la vía el carretero por donde transitaban, era zona roja para este grupo armado y los declararon objetivo militar. Ahí fue cuando comprendí que está guerra nos toca a todos, que muchas familias han sido destruidas por el flagelo de la guerra, que muchos proyectos se han venido al piso por una violencia que no da tregua ni en el campo de batalla, ni en las veredas, ni en los barrios, ni en las mentes de muchos colombianos que se rehúsan a pensar distinto, a pensar en un país en paz.
De la incursión paramilitar en Rionegro se ha hablado poco, creo que es una deuda con las víctimas del conflicto armado en nuestro municipio, el dolor que dejaron a su paso es algo que aún no se ha podido superar, un dolor que está en silencio por cientos de familias, pero que sigue ahí latente; mi llamado como víctima directa del conflicto es a la no repetición, a rodear los procesos de paz, a trabajar por una Colombia mejor, a comprender que la guerra no es el camino, a soñar con una Colombia en PAZ.
*Las opiniones expresadas en esta columna de opinión son de exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de La Prensa Oriente