Por: Jesús Gonzalo Martínez C.*
El inminente peligro del olvido es volver a incurrir en el hecho u acción terminados en fracaso, o acaso en el desconocimiento de los esfuerzos y caminos recorridos tras el afán de un ideal o la consumación de una realización en aras del progreso. Hubo tiempos en los que las ideas orientaban desinteresadamente la exploración de los caminos de un porvenir deseado, no el de la consumación de intereses arrasadores de toda condición en el orden moral o elementos constitutivos de la tradición cultural. El hombre en sus conductas ha dado un vuelco y la sociedad se ha moldeado de manera tan particular que dificultad mayor es hoy tratar de identificar o definir los rasgos de su soporte, si es que aún subsisten algunos con su carácter significante.
Lo incierto, lo impredecible, la incertidumbre, el miedo, la desconfianza, la falta de optimismo, la duda, cabalgan rudamente en la mentalidad y estado de ánimo de las personas, cual si en su existir poco espacio quedara para ideales, sueños y estados asegurados de bienestar. La vida nos arrastra por senderos no imaginados y nos sume en rutinas con muy pocos actos de conciencia; todo tiene el extraño encanto o sinsabor de lo efímero. La indiferencia camina sin mayor preocupación de uno a otro lado al ritmo de la más alta dosis de insensibilidad frente a todo; así, la idea del mal es relativa y la del bien consecuente con los intereses personales.
La pregunta por la vida, sí acaso es ocasional en el momento de la mayor dificultad, de la frustración o del fracaso: desenfreno de las pasiones sin los muros de contención de Dios o la moral; ruptura de toda atadura a los mínimos de la civilidad, el civismo, o a los básicos imperativos del deber y la responsabilidad en los ámbitos de la convivencia, el relacionamiento y el trato con el otro, todo bajo el arbitrio del amplio campo de la libertad sin fronteras en donde todo se vale; la actitud ventajosa, el sentimiento despreciativo, el gesto de indiferencia absoluta, la conducta paulatinamente devaluadora de los rasgos de lo humano, la irreverencia del corte más extremo, ello bajo el acicate de la autosuficiencia y un individualismo dominante.
Los admirados desarrollos en las tecnologías de la comunicación y la información llegaron con su poder avasallante y dominador, muy poco tiempo necesitaron para transformarlo todo, para convertirse en punto de partida de la nueva sociedad, la sociedad que consume sus irrebatibles verdades, la que cruza el umbral de la pasividad conduciéndose por el camino del libertinaje en la libre opinión y el enjuiciamiento sin sumario; la sociedad que asume nuevos aprendizajes sin rectorías en el pensamiento o tutorías orientadoras; la sociedad que asume solidaridades y legitima sin compromiso y sin responsabilidades; la sociedad que todo lo revalúa a unas velocidades nunca consideradas; la sociedad que igual que inexorablemente mata a Dios, está conduciendo al paredón la moral, crucificando la ética y llevando al desprestigio e impotencia toda noción de disciplina y autoridad; la sociedad que ha sacrificado la historia para liberarse de toda atadura con los valores de la tradición, las costumbres sanas, los rasgos del recuerdo y la memoria, e igual de las raíces de su carácter, de lo que muy poco se interesa en saber y menos cultivar. La nueva escuela, la más universal e incluyente, es hoy la de las tecnologías de la comunicación y la información con su carácter adoctrinador, masificador y abrumadoramente democrático.
Las TIC’s se imponen con todas sus bondades y se ofrecen con todas sus potencialidades para el progreso de la sociedad, pero de esos medios estamos tomando su arista más peligrosa en esta era llamada del conocimiento: nos creemos sumergidos en el conocimiento sin el menor desarrollo de la razón, sin el menor desarrollo de la capacidad pensante, sin la menor apropiación del ejercicio del raciocinio, sin el mínimo acumulado de datos del saber y de la ciencia en nuestro cerebro. Ese conocimiento doctrinalmente consumido será tan fatal y catastrófico como lo suele ser la experiencia de un transeúnte que al cruzar sobre un campo de batalla se encuentra una granada de mano y movido por su curiosidad retira su dispositivo de seguridad.
Así, pues, que hoy estamos embebidos en reeditar las razones de los fracasos que han hecho lento el progreso de los pueblos, e igual estamos olvidados de la educación que potencia las facultades humanas para enfrentar las dificultades, conflictos y problemas que inevitablemente se presentan en el camino de la vida. Nuestro momento es el del soberano reino del olvido.
Bibliotecólogo – Biblioteca Pública Baldomero Sanín Cano de Rionegro