Natalia Montoya
Comunicaciones UCO, maxiboom2@gmail.com
El martes 26 de noviembre de 1996, Helí Gómez Osorio caminaba, sin pensar que la azarosa muerte le tendería la mano luego de andar con un poco de prisa para el Concejo de El Carmen de Viboral. Venía con el entonces alcalde Alpidio Betancur, quien se detuvo a dar los saludos matutinos de un servidor público. Helí prefirió acelerar para llegar puntual a la cita con su fatídico desenlace, dio unos 100 pasos y lo esperaba al frente de Ason (Acción Social para la Niñez), la muerte dividida en tres sicarios con metralleta para apuntarle siete disparos en su cuerpo y un tiro en su cabeza ––para que dejara de pensar–– y así lograr que las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio, lideradas por Ramón Isaza, siguieran asesinando campesinos por la presunción de ser guerrilleros.
Los tres gatilleros siguieron caminando con las manos sucias por la carrera 30. La gente los veía pasar y la policía de turno no llegaba a la escena del crimen, al parecer para que aquellos hombres tuvieran minutos suficientes para escapar de aquel fugaz apocalipsis.
“Estaba en la casa -narra Héctor Gómez, hermano de Helí-, cuando una vecina me ve y me dice de una: ‘mataron a su hermano’. Yo salí corriendo. Fui a buscarlo; vi mucha gente y me abrí paso. Un policía que me vio cuando llegué, empezó a cargarme y empujarme con el fusil y ahí mismo le grité: ¡también me vas a matar, mátame ya! Y la fiscal de la época, llamada Gloria, de una le dijo: ‘déjalo, que es el hermano”.
Su espíritu reservado nació en Medellín, pero se trasladó a El Carmen de Viboral a mediados de los años 70. Allí estudio en la Institución Educativa Fray Julio Tobón Betancur, desde donde se perfiló como un hombre activista que movilizaba ideas entre estudiantes para formalizar cambios. Continuó en la Universidad de Antioquia, allí ingresó para estudiar Derecho, lo que a futuro le ayudaría a colaborar con el bienestar social en defensa de la justicia, y así establecer en la Casa de la Cultura Sixto Arango Gallo, un consultorio jurídico que tenía como objetivo la asesoría a la comunidad más vulnerable y de escasos recursos. Cuenta Rosa María Gómez, quien en la juventud fue compañera de Helí en un movimiento de militancia política llamado Ciudadanos por El Carmen, que de chicos no estaban adheridos a ningún partido político, pero sí estaban a la vanguardia para generar cambios de actitudes de neutralidad y de independencia que los carmelitanos debieron desarrollar por estar en medio de las relaciones conflictivas. Las tertulias y las marchas pacíficas propagaron movimientos por defensa del territorio.
Regresando al consultorio jurídico, cuenta Rosa que de su bolsillo les pagaba a los practicantes de derecho para que atendieran los pleitos que presentaban los ciudadanos que narraban las vivencias, conflictos y convicciones que rodeaban la vida cotidiana.
Como abogado tuvo sus afines con la política y ayudó a hacer campaña al candidato Alpidio Betancur, quien iba avalado por el Partido Liberal. Cuando Alpidio alcanzó la mayoría de votos, Helí hizo parte del concejo para luego retirarse y ejercer el cargo de personero municipal, quien se encargaría del control administrativo. Además, tuvo el deber de promocionar los derechos humanos y la protección del interés público. A partir de este momento su juramento ante la constitución se firmó con sangre
La tinta roja fue regada con las desapariciones forzodas de campesinos en las veredas de La Esperanza, La Honda, Cañón del Río Melcocho y Cañón del río Santo Domingo, unas comunidades que estaban desvertebradas por los enfrentamientos entre guerrilleros y paramilitares. “Estas tenían que denunciar los ataques de lesa humanidad ante un hombre que hiciera prevalecer los derechos humanos”, menciona Alba Gómez, integrante de Conciudadanía y primera dama durante el periodo 1994-1998. El personero fue un ser dispuesto y siempre presto a atender las quejas ensangrentadas que venían de estas comunidades. Al momento de recibir estas denuncias no le tembló la lengua para denunciar ante los medios públicos quiénes eran los culpables que estaban asediando estas zonas.
“Yo conocí el personero el 20 de julio de 1996, cuando vine a hacer la denuncia a los 11 días de haber sido desaparecidos de la vereda La Esperanza, 17 campesinos. Nosotros ya habíamos hecho las respectivas denuncias en Cocorná y mejor llegamos a El Carmen porque este municipio no se manifestaba con lo que estaba pasando, entonces permanecimos dos días y la administración municipal no nos acogió porque no teníamos dinero, en cambio, el personero fue muy formal y sacó de su bolsillo y a las 5:30 que estábamos sin alimentarnos, nos llevó a todos con nuestros niños a comer a Pollos Mario. Ese es un recuerdo que yo nunca voy a olvidar, además de habernos llevado a la Casa Campesina para que nos dieran el hospedaje. Él se atrevió a decir que en las desapariciones de los campesinos estaban comprometidos el Estado y los paramilitares, y eso también fue parte de haberle costado la vida”, recuerda doña Flor, líder sobreviviente de la vereda La Esperanza.
Gracias a sus investigaciones, el personero comenzó en 1995 a hacer públicas estas situaciones en el canal Teleantioquia, donde mencionó los nombres de los responsables. Esto lo llevó a ser objetivo militar y firmar el pasaporte a la muerte, cosa a la cual no le temía.
Menciona Rosa, que luego de ir a la vereda La Chapa, a una jornada comunitaria, él la agarró y la puso de frente para que le sirviera de escudo. Rosa le pregunto:
—¿Qué pasó Helí?
—Allí en esa esquina me están… si te ven acá agarrada de mí, no creo que me disparen.
— ¿Cómo así, es que vos los conocés?
— Sí, claro.
***
A parte de la lucha que estableció por los derechos humanos, fue un hombre de gran vibra. Le gustaba la música andina y era gran amigo de la cultura de El Carmen. Dicen los que lo veían surrunguiar la guitarra y entonar canciones. que nunca se escucharon en público. Cuenta Kamber, director de Teatro Tespys, que le aportó de su bolsillo a eventos como el Gesto noble y el Carnavalito para fortalecerlos, ya que sentía bastante gusto por las artes.
Al tocar su guitarra, tarareaba canciones, tal vez para elevar su alma. Su favorita era Ojos azules. Según Rosa, la cantaba pensando en Adriana, su única novia con la que duró 10 años desde su juventud, quien fue familiar del difunto Pedro Luis Jiménez, fundador del periódico El Carmelitano.
Volviendo a Adriana, dice Consuelo López, encargada del aseo de la Casa de la Cultura, que esta mujer no se casó ni tuvo hijos. De esto se podría concluir que continúa con el amor por Helí, ya que días antes de su silencio eterno, este personaje ya presentía su muerte y decidió terminar la relación para poder irse en paz.
Su vida fue apagada por poner por encima de cualquier cosa los derechos fundamentales de los ciudadanos. Un poder humano que escasea en los últimos días.