Leyendo: ¿Fiesta o pánico en Rionegro? La psicología de la pólvora y el reto de celebrar sin dañar

¿Fiesta o pánico en Rionegro? La psicología de la pólvora y el reto de celebrar sin dañar

Por: Uriel Antonio Hurtado Arias*

Es comprensible que, culturalmente, asociemos la pólvora con la fiesta. Existe una razón psicológica para ello: los estallidos luminosos y sonoros ofrecen a nuestro cerebro una recompensa sensorial inmediata. Ese pico de dopamina y adrenalina, reforzado por años de tradición familiar, se graba a fuego en nuestra memoria emocional. Sin embargo, como psicólogo y experto en comportamiento, mi invitación es a mirar la otra cara de esa moneda, no desde el juicio moral, sino desde la evidencia científica.

Debemos entender qué ocurre biológicamente cuando «revienta» un volador. Los estallidos son estímulos de alta intensidad, súbitos e impredecibles. Estas características son las llaves maestras que activan la amígdala cerebral, nuestro sistema de alarma más primitivo. En fracción de segundos, y sin pasar por el filtro de la razón, el sistema nervioso simpático dispara una respuesta de supervivencia: taquicardia, hiperventilación, bloqueo cognitivo y necesidad urgente de huida.

Para muchos, esto no son «minutos de alegría», sino una amenaza vital directa. Un dato orientador: aproximadamente un tercio de los perros presenta fobia clínica a los fuegos artificiales. Pero el impacto va mucho más allá de nuestras mascotas. La fauna silvestre local, desorientada, sufre colisiones mortales y abandono de nidos. A nivel humano, el impacto es un tema de salud pública frecuentemente invisibilizado: bebés que pierden el sueño, adultos mayores que sufren alteraciones cardíacas, y personas dentro del espectro autista o con Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) que reviven horrores pasados con cada explosión. Además, lo que brilla un instante en el cielo termina alojado en nuestros pulmones como material particulado tóxico.

Aquí es donde nos enfrentamos a una profunda disonancia cognitiva colectiva. La mayoría de nosotros nos consideramos personas empáticas, amamos a nuestros animales y respetamos a nuestros vecinos. Sin embargo, participamos o toleramos rituales que les causan daño directo. ¿Cómo resolvemos esta contradicción? La tradición merece respeto, pero las tradiciones deben evolucionar cuando dañan. Hoy contamos con alternativas igual de bellas y mucho más seguras: pirotecnia de bajo ruido (que preserva el color pero elimina el estruendo), espectáculos de drones y shows láser.

Más que vivir bajo la amenaza de sanciones policiales, necesitamos un nuevo acuerdo social básico: celebrar sí, dañar no.

Para lograrlo, propongo acciones concretas en tres niveles:

1. Decisiones ciudadanas: Si sueles usar pólvora, detente un segundo antes de encender la mecha. Pregúntate si esos segundos de euforia personal justifican el pánico de un animal vecino o la crisis de ansiedad de un niño. Si eres testigo, utiliza las líneas de denuncia habilitadas. No veas esto como una «delación» o un acto hostil; reencuádralo psicológicamente como una intervención prosocial, un acto de cuidado mutuo equivalente a reportar una fuga de gas.

2. Plan para tutores de mascotas: La prevención es clave. Semanas antes, acondiciona una «zona segura» interior, lo más aislada posible del ruido. Durante las fechas críticas, acompaña a tu animal, baja persianas y usa ruido blanco o música para enmascarar los estallidos. Y una advertencia médica crucial: si el miedo es severo, consulta por ansiolíticos modernos. Evita a toda costa la acepromacina (sedantes antiguos de color naranja/amarillo); estos fármacos inmovilizan el cuerpo pero no desconectan la mente, dejando al animal aterrorizado pero incapaz de moverse, lo que empeora el trauma a largo plazo.

3. Agenda de Gobierno: Las alcaldías deben liderar con el ejemplo. Convertir a nuestros municipios en referentes de innovación es posible mediante pilotos de celebración con tecnologías limpias. Necesitamos campañas de «Cielos en Calma» con voceros creíbles y, sobre todo, datos: monitoreo público de la calidad del aire y de las incidencias de salud en las noches pico. Lo que se mide, mejora.

No busco culpables, sino decisiones informadas. Quien usó pólvora ayer no es el enemigo; es alguien que hoy tiene la información para elegir mejor. Demos el siguiente paso hacia celebraciones donde el recuerdo de diciembre sea de arte, luz y comunidad, y no de aullidos, sobresaltos y humo. La cultura cambia cuando millones tomamos pequeñas decisiones responsables. Empecemos ahora.

*Psicólogo 

*Las opiniones expresadas en esta columna de opinión son de exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de La Prensa Oriente

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