Por: Johanna Ramírez Atehortúa, periodista.
Yo soy *Carla. Mi expediente amoroso ha sido una gran montaña rusa. Podría decir que con más bajos que altos. Y los altos no han sido tan altos. A mis 18 años conocí, en Medellín, a *Mario, líder en esa época y bastante político. Los dos nos entendimos muy bien en este aspecto, el liderazgo fue en cierto modo la bala que me disparó la misma vida, pero que, en ese entonces, no me dolía. Hubo atracción, simpatizamos y nos entendimos.
Yo, venía de Bogotá. Al ser personera del colegio me involucré bastante con el mundo del liderazgo. Luego de mis grados, decidí establecerme en Medellín, donde lo conocí. Realicé varios trabajos con Mario porque me generaba un poco de confianza. Sí. Un poco. En ese momento no sabía nada. Tenía sospechas, pero no le di lugar a mis instintos. Cumplimos un año de amistad y al otro, ya estaba embarazada. No era la idea, simplemente sucedió.
Aunque me había enterado de cosas que me decepcionaron de él, no lo alejé. Él estaba feliz con la noticia. Yo sí dudé en tener a mi hijo. Lo tuve porque sabía que existían anticonceptivos y no los usé. Así que me relajé y decidí hacerme responsable. Fue una época complicada. Difíciles decisiones. A mi mamá la abatía un cáncer, pero económicamente estábamos bien.
Tiempo después, Mario me pidió vivir con él, a mí no me sonaba mucho la idea. Le dije que no. Supongo que desaté en él una especie de rencor e ira. Era mi decisión. Yo iba a empezar a estudiar Trabajo Social en la Universidad de Antioquia, así que estaba muy enfocada en mi futuro. Mario venía de un barrio llamado San Juan. Él adquirió nociones muy machistas en el transcurso de su vida. Lo que me había decepcionado de él era su arrogancia y frialdad. No me cautivaba la idea de vivir con alguien tan poco cariñoso, pero sí le di la oportunidad de que me acompañara en todo el proceso prenatal.
El peor error
Cuando mi madre falleció, Mario se aprovechó del momento para pedirme nuevamente que nos fuéramos a vivir juntos. Fue mi peor decisión. El peor error, lo cometí. Mi mamá nos había dejado de herencia una microempresa de plásticos. Yo estudiaba, trabajaba y cuidaba a mi hijo en los espacios libres. Mis días estaban completamente ocupados. Parece que él nunca lo entendió. Me irritaba su manera de llegar a la casa, levantar las ollas, no encontrar comida y encerrarse enojado en la habitación. No proponía nada, tampoco propiciaba un ambiente positivo. Todo era malo para él. Lo que sí, es que tenía esa magia o más bien maldición de hacerme sentir culpable por no prepararle todo lo que quería. Eso era una constante. Una constante que no soporté. No tenía en mente dejar la universidad por dedicarme a sus caprichos, así que, al año me fui. No dije nada. Me llevé todo. Lo único que quedó fue un televisor en medio de la sala.
La microempresa que mi mamá nos había dejado era mitad vivienda, entonces me instalé allá con mi hermano, mi papá y mi hijo. Mario quedó enojado conmigo por segunda vez. Yo no soy mujer de apariencias, lo mío era sencillo, yo funcionaba con un buen trato y eso era precisamente lo que él no me brindaba. Mi estabilidad emocional se estaba viendo bastante afectada por todo lo sucedido. Tenía los sueños alterados y sentía mucha angustia.
En todo este tiempo Mario había comenzado a maltratarme psicológica y sexualmente. Tuve que abrir, además, un proceso legal en su contra por inasistencia alimentaria. En todo este suceso judicial, me encontré algo inesperado y que jamás imaginé. Mario tenía otro hijo, con otra mujer. La localicé, la llamé y me contó su historia. Ella, después de tanto tiempo, apenas lo estaba denunciando por inasistencia alimentaria cuando ya su hijo tenía la edad de 17. La señora y yo llegamos a un acuerdo, lo denunciaríamos juntas. Yo me atreví a hacer esto porque mi actual esposo me estaba apoyando. Sí, años después retomé mi vida sentimental porque sabía que lo necesitaba y sería un gran impulso para mí. Incluso había tenido otro hijo con mi nueva pareja.
Más decepciones
Mario me mantenía bajo amenazas e intimidaciones, tanto así que resultó quedándose con la custodia de mi hijo. Yo, para no dejarme violentar tanto de él, se lo entregué bajo el concepto de cuidados personales. El niño viviría con su abuela, la madre de él, y unos tíos. Solo acepté por eso, sería un ambiente muy familiar. Me tocó asumirlo para poder continuar con mi vida, pero esta decisión me ha costado mucho. Me he sentido muy mal. Escuché a su expareja narrar su historia con él y llorar mientras contaba cómo le ponía un revólver en la cabeza para quitarle a su hijo. Yo me di cuenta de la mente tan perversa que tenía este señor.
Las dos decidimos ir juntas a su lugar de trabajo, la Alcaldía de Medellín, para hacerle una denuncia pública por todo lo que nos había hecho por tanto tiempo. Envié varias cartas y hablé con su jefe, quien nos pidió todo el historial. Al otro día lo cogieron contra la pared, lo cuestionaron y lo desenmascararon. Mario había sido miliciano en su barrio y ahora se había convertido en un maltratador de mujeres. Todo esto se le juntó y terminó siendo el peor día de su vida. Su imagen se cayó y ya no le darían más contratos, así que perdió el empleo.
Denunciada por calumnia
Mario cobró venganza denunciándome por calumnia. Este fue un proceso extenso. Al principio el fiscal le comió cuento de que yo era la victimaria, que le había dañado la imagen y que él era todo un príncipe. Él quería que yo me retractara. Nunca lo hice. Finalmente, después de mucho tiempo y muchas idas a la fiscalía, el fallo se dio a mi favor el 29 de noviembre del 2017. Pude demostrar que todo lo que había expuesto era real.
Luego, hubo otro episodio que nadie se imaginaría. Por presión e intimidación accedí nuevamente a vivir con él. Y nuevamente sería otra de mis peores decisiones. Ese hombre me cobró todas las rabias que tenía. Me pedía plata de la microempresa de mi madre. Yo sí me le enfrentaba y le decía que no tenía. Eso lo llenaba de mucha ira. Él fue desatando todos esos resentimientos por medio del maltrato y el abuso. Me buscaba donde fuera y me obligaba a que estuviera con él.
Yo estaba a un año de terminar la universidad. Eso no lo dejaba por nada en el mundo. Me refugiaba en el estudio. Aunque no siempre podía dar lo mejor de mí, pues las secuelas del historial de maltrato estaban obstaculizando significativamente mi capacidad para establecer relaciones interpersonales. Estaba aburrida, intranquila, callada. Ni siquiera supe cómo me gradué, pero lo hice.
El momento más doloroso
El capítulo más fuerte de este libro, porque esta historia no puede ser otra cosa que un libro, fue cuando Mario, un concejal y otro sujeto me accedieron sexualmente. Fueron tres meses de intimidación y amenazas psicológicas. Este fue el peor suceso porque me quitó dignidad como mujer. Quedé casi 5 años mal. Vivía como en dos realidades. Yo me fui acostumbrando a esto. Traté por mucho tiempo de borrar todo de mi memoria y hacer como si nada hubiera pasado. Lo hice para poder sobrevivir, pero no fue muy efectivo.
En 2006, cuando me gradué de la universidad, me fui a vivir con mi papá en una finca en Marinilla. Él me seguía buscando, acosando sexualmente y demás. Fue entonces cuando conocí a mi actual esposo, quien me dio el apoyo moral para denunciarlo y enfrentarlo a él por todas las cosas que me había hecho, pero, sobre todo, era enfrentarme a mí misma y salir del miedo tan grande que me había dejado.
Me siento fuerte
Ahora, 21 años después, me siento fuerte. Incluso, tratando de luchar con la justicia. Mi hijo mayor tiene 18 años, se fue a prestar servicio militar. Fue su mejor decisión, pues él también ha sido víctima de su padre. Está afectado psicológicamente. Mi abogado, por su parte, está contento con mi caso. Me dice que si todo sale a favor mío me convierto en un referente para los demás. Yo he visto todo esto muy doloroso, pero he tratado de sacarle otro sentido, poder ayudarle a las demás mujeres que han sido víctimas también. He sentido mucho el apoyo de las personas, pero no puedo negar que no veo la hora de terminar con todo esto. Solo quiero que Mario me deje en paz y poder quemar todos estos documentos que, sin querer, se convierten en recuerdos dolorosos.
Vacío, desasosiego, angustia y desestabilidad emocional es lo que sentimos las víctimas cuando transgreden nuestros derechos y quebrantan nuestra dignidad. Es increíble cómo la violencia contra la mujer, en Colombia, no para. Esta es una de las conclusiones de las alarmantes cifras que manejan Medicina Legal, Profamilia y otras instituciones.
Un día, sin previo aviso, desperté en el final. Había ganado la batalla. Pero este final, era simplemente un final soñado. La justicia en Colombia jamás llega a su fin.
*Carla y Mario: nombres ficticios. Los verdaderos nombres se omiten para proteger su identidad.