Por: Erney Montoya Gallego
El neoliberalismo es un modelo económico que exige, a toda costa, que las decisiones de política económica las tome el mercado, y no el Estado. La consecuencia es un Estado mínimo, lánguido y, para colmo, represivo. Por eso, en el mundo se cumple la voluntad de las grandes corporaciones internacionales, que manejan las economías de nuestros países para su provecho. El neoliberalismo ha convertido a los ciudadanos en meros receptores de sus decisiones. ¿Con qué consecuencias?
La economía neoliberal no funciona. Bueno, tal vez haya funcionado en algunos momentos, pero sólo para las grandes corporaciones transnacionales y para algunos monopolios nacionales. Pero no funciona para las economías nacionales, ni mucho menos para las economías regionales. No sirve para la gente. No hay que ser un experto en economía para saber eso. Pero sí es necesario que la ciudadanía adquiera nociones para poner en cuestión este modelo, porque está acabando con las esperanzas de unas mejores y dignas condiciones de existencia para los seres humanos.
¿Por qué digo que el neoliberalismo no sirve? Porque ocasiona profundas desigualdades -no solo entre capas sociales sino también entre países (Colombia es el cuarto país más desigual del mundo)-, incrementa los niveles de pobreza, destruye a las pequeñas y medianas empresas e incrementa la devastación ambiental. Hace 40 años, los ideólogos del neoliberalismo prometieron el mundo del futuro, pero lo que están haciendo, según Alfredo Cobos, es “acabar con el futuro del mundo”.
El mismísimo Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), uno de los organismos del multilateralismo actual, destacó en el Informe de Desarrollo Humano 2019 que las múltiples protestas y movilizaciones que ocurrieron el año pasado en América Latina -y que se vienen retomando por estos días, especialmente en Colombia-, son resultado de la “profunda y creciente frustración que generan las desigualdades”. Afirma Achim Steiner, administrador del PNUD, que “hay algún aspecto de nuestra sociedad globalizada que no funciona”. Aunque no dice explícitamente qué es, claramente se refiere a la economía neoliberal.
Desde el inicio de su aplicación en América Latina, en los años 90, el neoliberalismo se la ha pasado de crisis en crisis. Y las potencias económicas mundiales no han sido la excepción: sólo es recordar las crisis financieras de 1997 y de 2008. Es decir, la crisis no puede atribuírsele exclusivamente al Coronavirus, aunque es claro que la ha agudizado.
¿Cómo podemos saber si nuestros gobiernos son o no neoliberales? Con solo revisar las frecuentes reformas tributarias que han establecido tenemos una respuesta. Una de las principales medidas neoliberales está representada en las políticas fiscales restrictivas, es decir, aumentar los impuestos sobre el consumo y reducir los impuestos sobre la producción y la renta. Significa esto que los consumidores llevamos el peso de la economía, mientras que al sector privado le bajan los impuestos. Eso sin mencionar la privatización de la salud, la educación, los servicios públicos, y la eliminación de los regímenes especiales.
Con bombos y platillos, el gobierno anunció que en 2019 el PIB de Colombia creció un 3,3%. En términos economicistas (meramente cuantitativos) eso significa que la economía del país tuvo un avance o evolución (términos que les gustan mucho a los liberalistas). ¿Eso es desarrollo? Llamemos las cosas con su nombre: eso es crecimiento. Ahora, ¿crecimiento para quién?
El DANE dio a conocer en la segunda semana de octubre el aumento de los niveles de pobreza en el año 2019: 661.899 colombianos engrosaron la lista de los pobres y otros 728.955 pasaron a la pobreza extrema. Como resultado, 17,4 millones de personas están en situación de pobreza monetaria, y las personas en situación de pobreza extrema pasaron del de 8,2% al 9,6% de la población. Claramente, ¡eso no es desarrollo! Y para ese momento no estábamos padeciendo la pandemia.
Los neoliberales se llenan la boca diciendo que son los máximos defensores de las libertades individuales. Pero, ¿qué sentido tienen las libertades individuales sin una justicia social mínima? El libre mercado no es redistribuidor de riqueza. Ah, lo que sí redistribuye es la pobreza, la injusticia, la desigualdad y la represión. La cándida “mano invisible” se ha convertido en un puño visible que incluye un garrote.
Es bueno conocer la historia. En América Latina, el neoliberalismo se impuso primero en Chile, tras el golpe de estado de Augusto Pinochet, quien fue asesorado en materia económica por Milton Friedman, alumno avanzado de Federico von Hayek (ambos, la crema y nata del neoliberalismo). Por eso está asociado a gobiernos dictatoriales o de ultra-derecha.
La ideología neoliberal es tan fuerte -por algo se autodenomina el pensamiento único– que se muestra como un modelo económico insuperable y que no hay alternativa. Y ese absurdo y destructivo pensamiento se obstina en echar raíces para mantenerse en el poder. Por ello, no solo absorbió y atrapó la economía -la buena, la necesaria, la oikonomía, la del mantenimiento de la vida y la de la relación armoniosa con la naturaleza- sino también la política, la cultura, la sociedad. Y creó su propia idea de ser humano -el consumista salvaje e individualista-, su propia idea de sociedad -la sociedad de consumo, del lujo y del confort- y su propia idea de naturaleza -fuente inagotable de recursos para explotar-.
Sin saberlo ni entenderlo muy bien, muchos de los millones de personas en América Latina, y en Colombia, que marchan, que protestan, que se movilizan, lo hacen en rechazo a las medidas y políticas neoliberales. El neoliberalismo es destructivo, y la gente buena ya no quiere más destrucción, sino construir un mundo nuevo. Razones más que suficientes para decirle adiós al neoliberalismo, y pensar en alternativas, nuevos modos de concebir la política, la cultura, la sociedad, ¡la vida!
*Las opiniones expresadas en esta columna de opinión son de exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de La Prensa Oriente