Miguel Ángel Ríos Restrepo
Comunicador Social – Periodista
Director Revista Cultura O
miguelclases@gmail.com
Sara Marcela Rivas trabaja en una empresa del sector financiero. Antes de la pandemia tenía definidas sus rutinas domésticas y de oficina con precisión. Sara es organizada y estricta, así que su tiempo y hasta su sueldo los tiene distribuidos milimétricamente para que todas las cuentas estén cubiertas, no falte la provisión, pueda darse uno que otro lujo y las cuotas del apartamento que está pagando nunca se acumulen.
Entonces llegó la pandemia
Sara, entonces, simplemente cambió sus diversas rutinas, agrupándolas en una sola: se levanta a las 5 am, hace ejercicio, se baña, desayuna, se toma un buen café y se sienta a trabajar (en teletrabajo) a las 7:30 am y juiciosamente lo hace hasta las 12 m (entre ese horario matutino hay tiempo para la fruta y otro cafecito, llamar a su esposo, preguntar por la familia). A medio día saca una hora para el almuerzo y el tiempo le da hasta para una corta siesta y luego se sienta nuevamente frente a su computador para la jornada de la tarde, la cual termina a las 5 pm.
Reinventarse es la palabreja de moda en medio de la actual crisis, pero está mal usada, mal entendida y exageradamente magnificada, porque en últimas es imposible inventar nuevamente lo que ya está inventado. Pasa igual que cuando una mujer dice que va a que le hagan las uñas, cuando estas ya están hechas y lo que se quiere es organizarlas, pulirlas, arreglarlas o maquillarlas.
Si bien la pandemia golpeó fuertemente la economía y dio al traste con empresas, sobre todo del sector de la transformación de materias primas, para otras como aquella para la cual trabaja Sara, que se dedican a prestar servicios más intangibles, la crisis ha sido una oportunidad de crecer, pues resulta claro que la modalidad del teletrabajo les ha quitado de encima onerosos pagos por diversos conceptos, siendo los principales los servicios públicos y el internet, los cuales desde el inicio del confinamiento disminuyeron en un 95 %. Eso sin mencionar que las empresas que pagaban el arrendamiento de un local desde donde operaban, finalmente entregaron el inmueble ante la realidad de no necesitar sede física para seguir operando sin tropiezo alguno.
El asunto es que, si bien el teletrabajo le permite al empleado una cierta libertad al poder acomodar sus tiempos, teniendo finalmente que cumplir metas y objetivos de desempeño, los costos que la empresa se está ahorrando en varios e importantes conceptos, los está asumiendo el empleado y ello demanda urgentemente una revisión de las condiciones laborales actuales.
Miremos: ahora Sara debe mantener encendido un equipo de cómputo más de 8 horas al día y también la bombilla de su pequeño estudio durante el mismo tiempo, también debió mejorar su anterior plan básico de internet, y aumentar las megas de velocidad para que, sin problemas, pueda utilizar todas las plataformas que su trabajo le demanda como Webinar, Teams, Skype, y WhatsApp, además tuvo que aumentar su plan de telefonía celular y también notó un incremento en la facturación por concepto de consumo de agua (claro, ir al baño y el consabido consejo de lavarse las manos frecuentemente son los culpables). Todos estos conceptos antes los asumía la empresa, pero ahora debe pagarlos el empleado. Es como si de repente en una empresa, una gran factura por concepto de servicios públicos, internet y demás, por varios millones de pesos, se hubiera distribuido entre los cientos de trabajadores para que ellos la paguen, librando a la organización de una pesada carga de costos fijos de funcionamiento u operación.
En 2018, el ministerio de TIC contrató un estudio que arrojó una cifra de 122.278 teletrabajadores en Colombia. Ahora se calcula que las personas que están laborando bajo esta modalidad podrían llegar a los 3 millones. Pero el asunto preocupante de este tremendo crecimiento es que, según encuesta hecha por la Escuela Nacional Sindical el pasado mes de junio, el 66 % de los teletrabajadores manifiesta que sus responsabilidades laborales aumentaron muchísimo, así como el número de reuniones virtuales, con las directivas, equipos y sub equipos de trabajo. Y como no todos saben cómo se hacen las reuniones eficientes, estas son cada vez más extensas y, en muchos casos, infructuosas.
Sara y millones de colombianos más pueden estar muy felices de no tener un jefe encima vigilando y supervisando su trabajo, pueden estar dichosos por poder hacer una siesta a medio día, tomarse los cafecitos sin tener que mirar el reloj y no tener que trasladarse en medio de los trancones, el gentío, el ruido, la contaminación y el riesgo constante de ser infectados por el virus. Pero esa felicidad tiene un precio y desde el primer mes de pandemia lo está pagando cada empleado en teletrabajo. Y otro agravante es que muchos tienen un contrato de trabajo firmado antes de la pandemia que no contemplaba las labores remotas, y por eso las empresas no tienen supuestamente cómo justificar el pago de alguna bonificación que alivie estas cargas financieras que está asumiendo el empleado. Habría que cambiar el contrato, pero nadie se arriesga a solicitar dicho cambio, porque de pronto, en el proceso, termina quedándose sin trabajo.
Pero también hay empresas que sí han pensado en sus trabajadores, permitiéndoles inclusive llevar a sus casas activos como computadores, pantallas, soportes de pc, mouse, teclado y hasta el escritorio y la silla, que son elementos casi de uso personal, aunque sean propiedad de la empresa. Incluso les han entregado tarjetas de internet para que puedan navegar y han podido encontrar la manera de entregar bonificaciones a los empleados, bajo otras figuras. Es cuestión de voluntad.
Pero esas empresas tan benévolas y consideradas con los empleados no son la norma, son la excepción.
No se reinventa nada, solo nos ajustamos a los cambios, nos acomodamos, transformamos la forma de ver la vida. El hombre es un ser que se adapta y se supera a sí mismo, pero no se reinventa, y esta pandemia nos ha demostrado que, en ese proceso de adaptación, los más ingeniosos siempre van adelante. Igual que las empresas que ahora están libres de pagar por diversos servicios públicos, y están felices reportando más ganancias.
Por eso, seguramente, la propuesta que Sara y los demás teletrabajadores del mundo debían hacer a sus superiores es:
“jefe, entonces ¿compartimos el pago de mi factura de servicios?”.