Por: Juan Sebastián Gómez Martínez
Recientemente el ex presidente Álvaro Uribe llamó militante de las FARC al director de la División de las Américas de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, en acto de desesperación para disuadir a punta de humo, el debate de su responsabilidad en el tema de los falsos positivos, mismos que, han resonado en los últimos días por la investigación de la JEP, donde reveló que fueron en total 6.402 ejecuciones ilegales durante su primer mandato como presidente de Colombia.
Todo lo anterior, me hizo recordar que en agosto de 2002, la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), durante el acto protocolario de investidura, como carta de bienvenida al nuevo presidente de Colombia realizó un ataque de mortero que mató a 14 personas. El ataque fue una clara advertencia para el recién llegado, enemigo acérrimo de las FARC.
A partir de ahí las guerras militarizadas no cesaron entre el estado y las FARC, de hecho se intensificaron durante el gobierno de Uribe Vélez y sus jefes militares, quienes en el afán de mostrar gestión al país ejecutaron actos atroces que hoy denuncia y reclama José Miguel Vivanco.
Pero, Uribe Vélez no sólo estaba luchando una guerra militar: también puso en marcha una guerra retórica que vivimos hasta ahora en el año 2021. Ya que negó nacional e internacionalmente que Colombia tuviera un conflicto civil, situando a la violencia en el paradigma global de la “guerra contra el terrorismo”. Bajo esta nueva conceptualización, las FARC no eran más que bandidos y terroristas. Y esto se extendió a cualquier persona considerada como simpatizante ideológico, o que se interpusiera en el camino de Uribe, también sería considerado un terrorista.
Y es que la ultra derecha colombiana, representada hoy por el partido Centro Democrático, tiene la costumbre de decirle a sus contradictores que no polaricen, a sabiendas de que son los primeros en hacerlo porque todo el que no piense como ellos, es considerado comunista, bandido, mamerto o guerrillero.
En sus discursos suelen tildar los ideales de izquierda de comunistas, y ejemplifican con realidades socioeconómicas de países vecinos para intentar reforzar su argumento sin peso. Inclusive, es costumbre de la ultra derecha señalar a los partidos de izquierda de adoctrinamiento de los jóvenes del país con ideales revolucionarios y de vandalismo.
Es decir, quien no piense y promulgue los ideales y postulados del Centro Democrático, que en últimas son los designios del ex presidente Uribe Vélez, inmediatamente se convierte en un enemigo de la democracia.
Lo que nos lleva a preguntarnos, ¿Quién realmente esta adoctrinando? ¿Quién pretende que sólo una postura se considere verdad absoluta, o aquellos que defienden el derecho a pensar libremente?
Las peroratas discursivas de la ultra derecha de un tiempo para acá, es que su gobierno se ejerce a través de una democracia estable, pero, ¿Qué de estable tiene un país donde asesinan a más de 300 personas al año por pensar diferente?, donde se amenazan a líderes opositores, periodistas, lideres ambientales y comunitarios, entre otros.
La izquierda no ha gobernado en este país, y no sabemos si lo hubieran hecho bien o mal, pero el caso es que no lo ha hecho. Quienes han gobernados han sido otros, y hoy se les reclama la hecatombe del país a ellos que sí lo han hecho.
Por ende, no es dable permitir que se siga gobernando como hasta ahora por una partida de indolentes del bien común, y debemos ser responsables con nuestras futuras decisiones, atacando el “estatu quo” del gobierno actual por medio de los mecanismos de participación ciudadana, permitiendo un cambio hacia la equidad e igualdad. Este país ya no tiene cabida para el egoísmo de la ultra derecha y su falsa democracia.