Fernando Vargas Vargas, lleva 30 años siendo el sepulturero del cementerio de Rionegro, ha enterrado miles de cuerpos, y recuerda perfectamente la ubicación de la mayoría de ellos.
Su historia como sepulturero comenzó el 4 de diciembre de 1988, esa mañana conoció el lugar que lo atraparía por décadas: el cementerio de Rionegro. En diálogo con La Prensa, narró algunos hechos que lo han marcado en su peculiar trabajo.
Todo empezó cuando Fernando asistió al entierro de un vecino, allí, el antiguo sepulturero le ofreció trabajar, y aunque estaba muy joven, logró obtener el puesto, desde ese día inició con este oficio que le trajo problemas para dormir y comer, pero que, poco a poco se fue acostumbrando.
La descomposición de los cuerpos es una de las situaciones más difíciles que enfrentan los sepultureros a diario. Fernando, oriundo de Rionegro, cuenta su experiencia.
Por sus manos han pasado políticos, generales y sacerdotes. En el 2002, enterró a su hermano José Albeiro Vargas quien murió apuñalado por una mujer, y en el 2004 enterró a su padre, Luis Evelio Vargas García quien murió a sus 59 años a causa de un infarto. Para Fernando fueron experiencias muy duras, pero quería hacerlo porque se sentía en paz con ellos. “Yo ayudé a preparar a mi papá en la funeraria, como yo he sido buen hijo, no me daba tan duro”.
Entre el año 2003 y 2004, el sepulturero presenció uno de los acontecimientos que más lo han marcado: la época de la violencia, que dejó cerca de 200 N.N. (cuerpos sin ninguna identidad). Fernando asegura que entre esos dos años hubo un gran número de asesinados. “Eso traían todos los días de a uno, dos o tres cuerpos no identificados, la tacada más grande fue de quince, trece N.N. y dos soldados con familia, traídos de Argelia y Sonsón”.
En los 30 años que lleva trabajando en el cementerio, Fernando, quien cree en Dios y se considera muy católico, asegura que nunca le ha tocado ver o sentir cosas sobrenaturales. Se ha quedado tres veces en la noche en el cementerio para ver si percibe alguna sensación extraña, pero afirma no sentir nada. “En el tiempo que llevo no me han asustado. Yo le tengo miedo es a los vivos”. Lo más difícil para él ha sido desenterrar cuerpos que llevan desde ocho días hasta tres meses, por petición de Medicina Legal. “Ese cuerpo con ese tiempo es muy maluco porque los olores son muy horribles, menos mal que yo tengo buen organismo y ya me acostumbré. Ahora puedo dormir y almorzar normal”.
Fernando, aunque no hace la labor de un ‘animero’, que es la persona que sirve de enlace entre los vivos y las almas que necesitan que recen por ellas, manifiesta que les ora todos los días para que le vaya bien y lo protejan. “Ellas lo cuidan a uno, a mí me han dicho que me han visto por ahí con mucha gente y es mentira, yo andaba solo. A ellas se les puede pedir, pero si usted les promete algo, les tiene que cumplir”.
Finalmente, el sepulturero admite que se siente bien en su labor, y hablar sobre su muerte le provoca gracia, “conmigo que hagan lo que quieran, que hagan una fiesta”.
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