Quién creyera. Hace 17 meses poco sabíamos del real significado de pandemia, “Enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región”.
Parecía que el término era parte de la historia que nos cuentan y leemos, sabíamos de algunas, una de las más aterradoras “La peste negra del siglo XIV”. Los datos son escalofriantes: de 80 millones de europeos quedaron reducidos a tan sólo 30 millones entre los años 1347 y 1353. Para nosotros una anécdota, para quienes la vivieron, el enemigo que sembró de muerte y destrucción el Viejo continente y parte de Asia.
Pero no fue lejana, llegó y azotó con furia el planeta -nuestra propia peste-, a la fecha 4.46 millones de víctimas, de estos 125 mil en Colombia, 15.777 en Antioquia y al menos 1.200 en el Oriente antioqueño. Una tragedia que enlutó miles de familias en el mundo, en muchos casos cercanas o muy cercanas, también violentó con más ahínco especialmente a niños y niñas, a mujeres y adultos mayores.
Hoy, cuando el Covid-19 ha mutado, se cumplen cronogramas de vacunación, se avanza en la inmunidad, la información oficial da cuenta con cierta confianza, que no estaría lejos el fin de, “la horrible noche”. Según datos de la gobernación, al menos el 75 % de la población en Antioquia tiene primera dosis de la vacuna, el 80% de camas UCI permanecen ocupadas (estuvieron al 100 % y trasladando pacientes a otras regiones del país), el esquema de vacunación ya incluye a jóvenes a partir de los 15 años y nuestra subregión es ejemplo en el departamento y el país en aplicación del biológico.
Parecen mejores tiempos, se ha regresado a la presencialidad, se volvieron a abrir los establecimientos que cerraron sus puertas por la cuarentena, se volvió a mirar a los ojos a quien solo encontrábamos en video llamadas, se regresó a las aulas y al sitio de trabajo. Es distinto eso sí, con medidas de autoprotección, con distanciamiento y con saludos que extrañan el apretón de manos, el abrazo y el beso.
Estos meses de anormalidad nos ayudaron a reflexionar sobre el valor de la vida, de la familia y el poder de la naturaleza para imponer su verdad. La ciencia cobró de repente inusitado interés, para investigación y desarrollo los presupuestos e inversiones en buena parte confirmamos, eran precarios o inexistentes.
Pero también nos dio una lección, la pandemia le notificó al hombre que las clases sociales y el dinero, no tenían privilegios en la demanda de atención médica y acceso a tratamientos que ocasionaban muerte y dolor. Y por cuenta de un modelo económico predominante, entendimos aun más las profundas desigualdades que marcaron la indefensión frente a los millones de contagios y de cómo a una gran mayoría lo sorprendió sin protección social, sin techo, y sin comida.
Especial reconocimiento:
Los profesionales de la salud lo dieron todo. Sacrificaron su propio bienestar y su tiempo, llenaron de esperanza a pacientes y familiares, les dieron una luz, los motivaron a que había oportunidad para salirle al paso al desolador panorama, fueron ellos nuestro aliento e ilusión. Y qué decir, de los mandatarios y funcionarios que enfrentaron desde la institucionalidad lo que nadie incluyó en los planes de desarrollo, no han sido inferiores al reto. Ninguno.