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De trochas, herraduras y zurriagos: radiografía de la arriería en Antioquia

Sentado sobre una enjalma / Que está doblada en el suelo, / Aguarda con impaciencia / Su desayuno el arriero. / Juana, su mujer, le trae / Chocolate en coco negro, / Con una arepa redonda / y una tajada de queso. / Muerde, masca, sorbe, traga / y sopla y sigue sorbiendo, / y con el último sorbo / Le dice a Juana: “Hasta luego”.

Epifanio Mejía, poeta antioqueño, en El arriero de Antioquia.

 

Tras seis días navegando a contracorriente el río grande de la Magdalena, el barco a vapor La Isabel alcanzó Puerto Nare, donde se detuvo brevemente para desviarse por el río Nare hasta Puerto Islitas. Hasta allí llegaba el barco; de ahí en adelante la ruta hacia Medellín debía hacerse a lomo de mula. Federico von Schenck —geógrafo, economista y escritor alemán— viajaba en La Isabel. Había embarcado en el puerto de Barranquilla el 29 de junio de 1880 para recorrer Colombia, motivado por un interés científico y de aventura.

En Islitas, von Schenck emprendió el camino de siete días hasta la capital de Antioquia. La ruta salía de Islitas, seguía a Canoas (hoy corregimiento El Jordán, de San Carlos), Guatapé, El Peñol, Marinilla, Rionegro y finalmente se bajaba por Santa Elena hasta Medellín. Para el alemán, el tránsito por esa ruta fue “sencillamente espantoso”. “El transporte principal lo realizan en mulas cuyos dueños viven generalmente en Rionegro, El Retiro y Envigado. En el tiempo de mi viaje también se utilizaban bueyes de carga, ya que el número de mulas estaba muy disminuido debido a una epidemia”, narró en sus Viajes por Antioquia en el año de 1880. Además, a los arrieros que recorrían el camino, había que sumar caravanas de cargueros y silleteros, la mayoría indígenas de Guatapé. “El indígena de los caseríos de Guatapé encuentra su única fuente de entrada en el trabajo como peón de tercio para transportar la carga desde Islitas hasta Rionegro, ya que muchas veces la carga por su tamaño y peso no sirve para ser transportada por mulas”, agregó.

El Camino de Nare fue durante los siglos XVIII y XIX la principal vía de acceso entre el interior de Antioquia y el mundo exterior, pues por allí se conectaba con el río Magdalena y, a su vez, con los puertos de Cartagena, Santa Marta y, tiempo después, Barranquilla. Por esa vía entraban las mercancías importadas y salían los productos antioqueños al extranjero. Sin embargo, era una ruta tortuosa, con pendientes y desfiladeros que eran descritos como “trochas de cabras”, y con ríos de por medio —como el Samaná— que había que cruzar en improvisados puentes de guaduas y no faltaban las veces que tocaba hacerlo a nado. “Muchos cadáveres de animales de carga caídos infestaban la atmósfera, especialmente durante los dos primeros días, mientras andábamos a través de las montañas con densos bosques”, relató el alemán, recordando los latentes riesgos del camino. Finalmente, tras penoso recorrido, el 12 de julio de 1880 Federico von Schenck entró a Medellín.

Los diarios de von Schenck, como los de otros tantos europeos que recorrieron la Antioquia del siglo XIX, son un portal a estos caminos escarpados y a las mil y una dificultades que los arrieros debían superar para entregar sus mercancías, llevar la correspondencia, las noticias y hasta los avances tecnológicos de entonces. Por eso, en palabras del docente e investigador histórico de Abejorral, Fernando León González, “lo que es Antioquia hoy y, más específicamente el Oriente, es la consecuencia lógica de la gesta de la arriería”.

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