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Los albores de la arriería

Los españoles trajeron los caballos y las recuas de mulas, las yuntas de bueyes y los burros. En la América precolombina el transporte de mercancías se hacía con la fuerza humana, y salvo los incas que contaban con llamas, no había animales de carga. Por eso, el oficio de la arriería vino desde España. Además, durante la Colonia se privilegió un modelo de asentamiento en las regiones montañosas (por razones como los yacimientos de oro, la presencia de culturas indígenas para formar encomiendas y la afinidad con el clima y fertilidad de la tierra), lo que dificultaba la interconexión entre las ciudades andinas (Tunja, Bogotá, Popayán, Pasto, Socorro, Santa Fe de Antioquia) y los puertos de Cartagena, Santa Marta y Riohacha. Ahí es donde entraba en juego la arriería como punto de conexión entre las accidentadas tierras cordilleranas y el océano Atlántico. Muchos caminos de herradura siguieron el trazado de las antiguas calzadas prehispánicas y, por su importancia y uso, llegaron a ser considerados Caminos Reales por parte de la Corona española. Así, durante la Colonia todo llegaba a lomo de mula o a “lomo de indio”, término usado en los tiempos virreinales para los cargueros indígenas.

Y aunque el siglo XIX despuntó con la Independencia y la instauración de la República, lo cierto es que en el terreno hubo pocos cambios en los medios de transporte. Los antiguos caminos coloniales se siguieron utilizando y, con el aumento poblacional y los flujos migratorios y colonizadores hacia el sur de Antioquia, la arriería alcanzó su auge y el Oriente antioqueño fue su corazón.  “Las empresas de arriería empezaron a florecer a finales del siglo XIX, de 1870 en adelante, pero todos los siglos XVIII y XIX hubo arriería, y arriería en grande. Es más, Sonsón fue pionero en herrar los cascos de las bestias para las largas travesías, porque antes casi no se herraban”, explica Alberto José Londoño, historiador de la Universidad de Antioquia y presidente del Centro de Historia de Sonsón. 

El progreso llegó en mula

Desde finales del siglo XVIII y hasta finales del siglo XIX partieron familias del Valle de Aburrá y del Altiplano del Oriente buscando tierras al sur. La pobreza, la insuficiencia de terrenos (todas ya tenían dueño) y la falta de oportunidades motivaron la salida de población. Así, del Oriente salieron oleadas de campesinos de Rionegro, Marinilla, La Ceja, Abejorral y más tarde de Sonsón para descuajar monte y abrir sus parcelas en las tierras vírgenes del Suroeste antioqueño y el Viejo Caldas. “Los colonos siempre iban acompañados de mulas o bueyes para transportar la carga, los enseres, los víveres, porque era el medio de transporte habitual de esa época”, añade el historiador sonsoneño Alberto Londoño.

Este fenómeno migratorio ha sido conocido como la Colonización antioqueña, y dio origen a un centenar de municipios en el espinazo de las Cordilleras Central y Occidental: entre el sur de Antioquia, el Eje cafetero y el norte de Tolima y Valle del Cauca. Sin embargo, si bien se trataba de parajes escasamente poblados dominados por la selva, muchos terrenos habían sido adjudicados por el gobierno a grandes terratenientes como pago por su aporte a la guerra de Independencia o a las guerras civiles, por lo que se presentaron tensiones entre los nuevos colonos y los “dueños” de la tierra, generando desalojos a los campesinos. “En un proceso de cien años, campesinos pobres de diferentes regiones de Antioquia se fueron adueñando de la cordillera Central y Occidental, se enfrentaron a la selva, tumbaron árboles, levantaron fincas, trazaron caminos, construyeron fondas y posadas, fundaron colonias que se convirtieron en aldeas y pueblos y crearon un mercado interno. No fue fácil, porque tuvieron que enfrentar la acción de los empresarios dueños de baldíos y de concesiones de tierras, pero ‘impusieron’ una reforma agraria”, apunta el historiador Albeiro Valencia en su libro Colonización antioqueña y vida cotidiana.

Pero una vez asentados, los arrieros auxiliaron a los colonos y cumplieron un rol vital para el mantenimiento de los nuevos asentamientos. Incluso, el tránsito de los arrieros era tan importante, que muchas fondas y posadas al borde de los caminos se convirtieron posteriormente en municipios, como Abejorral, Aguadas, Pocitos (hoy municipio de Nariño) y La Pintada. 

Gracias a la arriería llegaban las herramientas de hierro, las despulpadoras de café, las herraduras, los jabones, el chocolate, la harina de trigo, las velas de sebo, las medicinas de las boticas y hasta los santos; un sinnúmero de productos que los colonos encargaban para que se los trajeran de Medellín, Rionegro, Sonsón o incluso de los puertos de Honda y Mariquita que estaban a orillas del Magdalena. Esto es posible gracias a la capacidad que tienen las mulas de soportar cargas. Si bien no es estándar y aún faltan estudios más precisos, documentación sobre el tema sostiene que las mulas pueden llevar un tercio de su peso, pero normalmente, pueden cargar incluso más. “En las diferentes comunidades en las que hemos trabajado hemos visto que una mula bien cuidada puede cargar entre 180 e incluso 200 kilos, obviamente con la carga bien equilibrada, bien amarrada y dándole el descanso y adecuada alimentación al animal. Por ejemplo, trabajando con ellas en la mañana y descansando en la tarde o dándoles días de descanso”, explica Carolina Jaramillo, veterinaria, zootecnista y directora de la Fundación Arrieros Colombia.     

De hecho, fue en las turegas (plataforma que se amarraba a modo de camilla de dos o cuatro animales para transportar cargas pesadas) como llegaron las campanas de bronce, los vitrales y los órganos de las iglesias del sur de Antioquia y el Gran Caldas, pero también fue así como entraron las turbinas Pelton para las hidroeléctricas y los lujosos divanes tapizados, pianos de cola y chifonieres que decoraron las casas de los más ricos de Antioquia y Caldas. Incluso, en Sonsón existe curiosa anécdota, pues el primer carro que rodó por el municipio hacia 1913, llegó desarmado y a lomo de mula y de buey, para posteriormente ser ensamblado en el pueblo. “A través de los arrieros llegaba todo lo bueno, todo lo novedoso, todo lo bello. En municipios del Oriente todavía tenemos espejos traídos de Francia, por poner un solo ejemplo. Pero también tenemos colección de periódicos importantes a nivel nacional que llegaban en el carriel de los arrieros, porque también lo que pasaba en los pueblos se contaba y se hacía noticia gracias a los arrieros. Es maravillosa su labor como mediadores de la comunicación”, señala Fernando González, académico abejorraleño.

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